25/10/12

Rosas rojas - Capítulo 1

"Hace tiempo que el amor, tal como lo conocíamos en los cuentos, puro y desinteresado, dejó de existir cuando las personas perdieron su fe en encontrarlo. Quizá solo había que dejar de buscarlo y dejar que apareciera sin más"
~ Capítulo 1 ~
Sobre un encuentro inesperado

Los pitidos del despertador la sacaron de su hermoso sueño, en el que era una princesa y un apuesto príncipe se enamoraba de ella. La lluvia golpeaba los cristales de la ventana y una luz grisácea se filtraba en la habitación.
Bella se incorporó lentamente en la cama y se paró a escuchar el sonido de las gotas al caer. No había parado de llover durante toda la noche y la profunda respiración de quien dormía a su lado la incomodó. Llevaba varios meses saliendo con Frank, el chico más guapo y popular de la facultad. Pensó en cuando le conoció y se rió de ella misma al haber accedido a salir con él, porque ella sabía que solo era un antojo pasajero. Sin embargo, para Bella el verdadero amor era un mito del pasado y si no quería estar sola durante toda su vida, tenía que aceptar todas las oportunidades.
Se quedó sentada un instante, con la mirada perdida y acariciándose el cuello como solía hacer cuando pensaba.
- ¿Qué hora es? –preguntó Frank a su espalda medio dormido.
- Las siete y cuarto.
Él se levantó resignado y entró en el cuarto de baño.
Bella oyó como abría el grifo de la ducha desde la habitación. Frank era un chico muy atractivo, eso no lo podía negar. Tenía unos músculos perfectos y una voz grave, pero era muy poco considerado, arrogante y algo egocéntrico. Ella se vistió y bajó a la cocina a desayunar. Preparó café y tostadas con mermelada de fresas.
Cuando Frank bajó estaba buscando el tarro de azúcar en los estantes altos, momento que él aprovechó para agarrarla de la cintura y atraerla hacia su cuerpo. La besó en el cuello de forma salvaje y metió sus manos por dentro de su camisa.
- Frank, ¿qué haces? –sonrió ella.
- Venga, no seas tonta. Me apetece hacerlo por la mañana.
La volvió a besar en el cuello y al poco tiempo estaba desabrochándola el botón de los vaqueros.
El teléfono les interrumpió y Bella se apresuró a contestar, agradecida por haberse zafado de él.
- Habla Bella Kirchner ¿Dígame?
- Hola, Bella –dijo una voz áspera al otro lado del teléfono-. Te llamo para informarte de que tu padre ha cogido la gripe y le van a ingresar en el hospital.
Era Marie, la cuidadora de su padre desde que ella se fue a estudiar a Berlín.
- ¿Cómo? ¿Está bien?
- Tranquila, es solo para mayor seguridad.
- Esta tarde salgo para allá. Muchas gracias por avisarme, Marie.
Cuando colgó tenía ganas de llorar. Su padre era muy anciano y cualquier cosa podría arrebatarle la vida. Frank se acercó por detrás y hundió su rostro en su cuello, oliendo su cuerpo.
Ella se apartó incomodada.
- ¿Qué te pasa? –preguntó él.
- Mi padre ha cogido la gripe. Tengo que ir a verle a Suiza y quedarme con él hasta que se mejore.
- Vamos, no seas aguafiestas. ¿Me vas a dejar aquí para cuidar a tu viejo?
Bella frunció el ceño. No le gustaban nada ese tipo de comentarios, y menos sobre su padre.
- Si te refieres a si prefiero estar con mi padre antes que contigo, la respuesta es sí.
Frank se rió divertido.
- ¿Acaso tu padre te hace disfrutar por las noches como yo?
Con un gesto rápido la besó en la boca. Ella se apartó algo asqueada y Frank la miró enfadado.
- Como quieras –dijo.
Se puso su abrigo y cogió sus cosas. Antes de abrir la puerta se giró y añadió:
- Ya vendrás arrastrándote hasta mí. Todas lo hacen.
Cerró con un portazo y la casa se quedó en silencio, un silencio que a ella no la importó. Sintió como si se hubiera quitado un peso de encima.

Por la tarde, Bella metió algo de ropa en una maleta y se fue lo más rápido que pudo. Estaba muy preocupada por su padre, la única persona a la que quería desde la muerte de su madre. Vivía en un pueblecito suizo, cerca de la frontera francesa, donde ella había vivido hasta que cumplió los dieciocho y se marchó a Alemania a estudiar. Ahora estaba cerca de acabar la carrera y su padre era su mejor apoyo.
A medio día había empezado a nevar y las carreteras se iban tiñendo de un gris claro, a la vez que las montañas se iban cubriendo de un manto blanco. Bella adoraba esas estampas, aunque prefería la primavera al pleno invierno.
Cruzó la frontera alemana a la hora que tenía prevista, pero la nieve se convirtió en una ventisca que hacía difícil la circulación. Pasó cerca de algunas ciudades y pensó en parar, pero estaba tan preocupada que decidió continuar hasta llegar a su destino.
Pasó por un pueblecito con apenas unas casas, una cafetería y pocas cosas más. Había empezado a helar y, cuando atravesó el pueblo se encontró con la salida cerrada. Delante, había una señal en la que ponía “carretera cortada por peligro de avalancha”.
Pensó que nada podría ser peor, pero se equivocaba. Dio marcha atrás y entró en la cafetería. La decoración del establecimiento llamó su atención, las paredes le recordaron a su casa de la infancia y todas las mesas eran de madera, con unas flores en el centro.
Las pocas personas que estaban allí no se fijaron en ella; unos hombres hablaban animadamente en una de las mesas y dos chicos jóvenes estaban sentados en los taburetes de la barra.
Bella se acercó al camarero y preguntó por un hotel cerca de allí.
- Me temo que en este pueblo no hay. El más cercano está en el pueblo de al lado –respondió el camarero.
- La carretera está cortada.
- Entonces, creo que lo mejor será que busque más abajo, en la ciudad.
- Lo malo es que está helando y no tengo cadenas…
- Siento no poder hacer nada más por usted, señorita –se lamentó el camarero, un hombre mayor con bigote blanco.
- Tranquilo –dijo Bella-. ¿Puede ponerme un chocolate caliente?
- Por supuesto –sonrió el hombre.
Ella se sentó y llamó al móvil de Marie.
- ¿Qué tal está mi padre? –preguntó al instante en que la mujer descolgó.
- Está bien. Los médicos le han dicho que le ha afectado por la edad, pero que seguramente se curará en unos días.
- Eso dicen siempre – masculló Bella.
- ¡Por cierto! Ni se te ocurra venir. Ha empezado a caer una ventisca de las de pleno invierno y habrán cerrado carreteras.
- Respecto a eso… –contestó la chica- resulta que estoy en un pueblo cerca de allí, pero la carretera está cortada y aquí no hay hoteles, así que tendré que buscar uno en la ciudad, aunque no tenga cadenas.
- ¿Estás loca? ¡Ni se te ocurra intentarlo! Es peligrosísimo circular ahora sin cadenas, Bella. Me niego a que te pase algo malo, ¿me oyes? ¡Ni se te ocurra! –chilló Marie.
- No tengo otra opción. Un beso.
Colgó la llamada y el camarero regresó con un humeante chocolate caliente con nata por encima. Suspiró se apoyó en la barra pensando en cómo podría encontrar alojamiento por allí cerca.
- ¿Perdona? –dijo la chica que estaba sentada en los taburetes-. Lo siento, pero ¿no nos hemos visto antes?
Era una chica de su misma edad, con el pelo castaño rojizo por los hombros y el flequillo tapándole media cara. Sus ojos eran verdes y la nariz menuda. Vestía unos vaqueros oscuros y una camiseta ancha de color negro, con unas botas altas de cordones y una diadema negra.
Bella la observó detenidamente, pero no recordaba a esa chica.
- Me llamo Charlotte –añadió la chica-. Y tú eres Bella, ¿verdad?
En ese momento se acordó de ella. Habían coincidido en la misma clase hace tres años, cuando había empezado a estudiar en Berlín. Le sorprendió mucho que Charlotte se acordara de su cara después de tanto tiempo, y eso que no habían hablado mucho entre ellas. Se conocían de vista y poco más.
- ¡Ya me acuerdo! Cuanto has cambiado, ¿no? Antes tenías el pelo largo y eras más bajita. ¿Qué estás haciendo aquí?
- Pues dejé la carrera y me vine a estudiar a Suiza. Ahora estoy trabajando y viviendo con unos amigos –contestó Charlotte.
Estuvieron un rato charlando y contándose anécdotas de cuando estudiaron juntas, de los profesores, de los compañeros, y de los trabajos que mandaban cada semana.
- Es muy raro que no nos tocara nunca juntas –comentó Bella.
- Bueno, tampoco hicimos nada para que fuera así. En los trabajos grupales que hacíamos nosotros siempre elegíamos a nuestros amigos. Tú estabas demasiado ocupada con los tuyos –se quedó pensativa un instante y después preguntó-: ¿Y qué estás haciendo tú por aquí?
Bella dio un trago a su chocolate y habló.
- Bueno, esta mañana me llamó la cuidadora de mi padre y me dijo que había cogido una gripe, que le iban a ingresar en el hospital, y decidí venir lo más rápido posible. Pero me he encontrado la carretera cortada y sin ningún hotel donde quedarme. Y para colmo no tengo cadenas y el asfalto parece una pista de hielo.
Charlotte se puso muy seria al escuchar lo de su padre.
- ¿Y sabes algo de tu padre? ¿Está bien?
- Si, acabo de llamar y me han dicho que posiblemente se recuperará pronto, pero siempre dicen lo mismo.
- Qué me vas a contar… -susurró Charlotte. Tras una pausa añadió-: ¿Has dicho que no sabes dónde quedarte?
- Pues sí. Esta zona no la conozco y el camarero me ha dicho que el hotel más cercano está en el pueblo de al lado. Pero es peligroso conducir con esta ventisca.
La chica reflexionó un segundo y después dijo:
- Puedes quedarte en nuestra casa si quieres.
Bella no daba crédito a lo que estaba oyendo. Hacía más de un año que no veía a esa chica y ahora la invitaba a su casa. Sin embargo, era la mejor opción hasta el momento, y no era una mala solución quedarse una noche.
- No quiero molestar –dijo para no parecer desconsiderada.
- Tonterías, a nosotros no nos importa tener visitas, ¿verdad, Jean?
Charlotte se giró para mirar al chico que estaba sentado a su lado. Estaba distraído escribiendo en un papel y al oír su nombre se sobresaltó. Tenía el pelo rizado y unos enormes ojos verdes, y vestía una sudadera azul con vaqueros anchos.
- ¿Verdad que no nos importa que ella se venga a casa a pasar la noche?
Jean miró a Bella con los ojos bien abiertos y luego, parpadeando, sacudió la cabeza.
- ¿Por qué se va a venir con nosotros?
- Es una antigua compañera de clase que no tiene dónde quedarse a dormir.
- Por mí no hay ningún problema, pero ¿acaso has pensado en lo que dirá Bruno?
Charlotte movió la cabeza de un lado a otro.
- A Bruno no le importará que Bella se quedé una noche.
- Deberíamos irnos ya, se está haciendo tarde –dijo Jean.
Salieron de la cafetería y el frío y el viento azotó sus rostros como si fuera una bofetada.
- ¿Necesitas coger algo del coche? –preguntó Charlotte.
- Tengo una maleta con algo de ropa.
Cogió la maleta del coche y cruzaron la calle hasta llegar a un cruce. Allí estaba la casa donde vivían los tres chicos, de dos plantas y una guardilla con un tejado muy inclinado. La casa estaba rodeada por un jardín de lo que parecían ser arbustos altos, que dejaban un camino hasta la entrada, con un porche elevado cubierto al estilo americano.
- Es una casa preciosa –comentó Bella-. ¿En serio que puedo quedarme?
- Claro que sí.
El interior era aún más hermoso, con suelo de madera y paredes pintadas de beige. Dentro había una temperatura ideal comparada con la del exterior.
Se quitaron los abrigos y las bufandas y acompañaron a Bella a la planta de arriba.
- Aquí están las habitaciones y el cuarto de baño. Tenemos otro más arriba, pero es más pequeño –explicó Charlotte-. En esta habitación dormirás tú. Es la de una amiga que se fue hace tiempo, así que disculpa si la encuentras algo vacía.
- Tranquila, me gustan las habitaciones sencillas.
- Baja cuando quieras, cenaremos dentro de un rato, cuando venga Bruno.
Cuando los dos chicos salieron de la habitación, Bella dejó la maleta encima de un escritorio y se tumbó en la cama. Era una cama muy cómoda y las mantas olían bien. Aprovechó la comodidad para poner en orden su mente.
Pensó en la ruptura con Frank, pero eso no era la mitad de importante que su padre. Se levantó y se acercó a la ventana. Estaba completamente empañada y tenía un tacto frío. Al día siguiente buscaría un hotel donde quedarse, porque seguramente la carretera permanecería cortada unos días más, hasta que subieran las temperaturas. Además, no le parecía bien abusar de la hospitalidad de los chicos.
Estaba mirando por la ventana, cuando vio las luces de unos faros aparcando en frente de la casa. Supuso que sería el famoso Bruno y decidió bajar, al menos por educación.
Salió de la habitación y bajó la mitad de las escaleras. En la puerta había un chico alto y delgado quitándose un abrigo negro y un gorro que llevaba calado hasta las cejas. Cuando se lo quitó, descubrió un pelo rubio alborotado, con algunos rizos indomables. Vestía una camisa de rayas y unos pantalones ajustados con deportivas, y llevaba unas grandes gafas de pasta.
Él no la había visto todavía cuando apareció Charlotte.
- Hola Bruno, ¿qué has traído? –le saludó.
- Comida china.
- Uhm… que hambre tengo hoy –dijo ella. Entonces vio a Bella parada en las escaleras-. Por cierto, me he encontrado con una antigua compañera de la facultad en Berlín y la he invitado a quedarse, se encontró la carretera cerrada y no tenía cadenas.
- Me estás tomando el pelo, ¿verdad?
Charlotte sacudió la cabeza y señaló a Bella, que seguía en la escalera sin saber qué decir.
El chico se giró y se quedó observándola con los ojos bien abiertos.
- Bruno –dijo Charlotte a sus espaldas-. Ésta es Bella.
Bella esbozó una amable sonrisa y le saludó con la mano, pero él se quedó inmóvil mirándola con desconfianza.
- No tenía a dónde ir y la hemos invitado a quedarse esta noche –añadió Charlotte viendo que Bruno no decía nada.
- ¡A mí no me metas! –chilló Jean desde otra parte de la casa.
Bruno apartó la mirada al suelo y, sin decir nada, subió al piso de arriba.
La chica cogió a Bella del brazo y la acompañó al salón. Allí apareció Jean con un libro en la mano y se sentó en el sofá.
- Mira lo que has hecho –le reprochó.
- Tú tranquila –dijo Charlotte a Bella, sin hacer caso del comentario de su amigo-, no es muy sociable y le encanta encerrarse en su cuarto.
- No quisiera incomodar a nadie… -dijo ella.
Sacaron la comida china que Bruno había traído para todos y se sentaron en los sofás del salón a cenar. Bella no acostumbraba a comer comida china, pero esa era la mejor que había probado, sobre todo los rollitos de primavera.
Cuando acabaron, les ayudó a recogerlo todo y prefirió irse a dormir. Subió las escaleras hasta la habitación y se cambió de ropa. Después se lavó los dientes y la cara y se acostó.
“Mañana será un día mejor” se dijo a sí misma, y escuchó un sonido de guitarra que provenía del tercer piso. Era una melodía algo triste, pero la relajó hasta quedar completamente dormida.

No le gustaba conocer gente nueva, no desde lo que pasó hacía diez años. En momentos como ese, en los que quería aislarse del mundo que le rodeaba y escapar de los recuerdos, Bruno acostumbraba a tocar la guitarra. Lo hacía pausadamente, acariciando las cuerdas y siguiendo las melodías que componía su mente.
Sin embargo, aquella noche los recuerdos le asaltaban con cada nota y no podía apartarlos de su mente. Los recuerdos que tanto le gustaría borrar de su pasado más oculto.

3 comentarios:

  1. AHHHHH precioso *A* Me encanta xDDD Mi mente me dice que Bruno y Jean son sexies *A*
    Jajajaja sigue así, en serio xDDD Quiero leer más *O*

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  2. Ow me alegra mucho que os haya gustado ^-^

    @ Daxter: Bueno, un poco sexys si son. Yo definiría su estilo un poco nerd, que también puede hacer sexy a alguien dependiendo de la persona. Vamos a acabar todas enamorándonos de Bruno... yo ya lo estoy jajaja siempre me encapricho con mis propios personajes >//<

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