"Hace tiempo que el amor, tal como lo conocíamos en los cuentos, puro y desinteresado, dejó de existir cuando las personas perdieron su fe en encontrarlo. Quizá solo había que dejar de buscarlo y dejar que apareciera sin más"
~ Capítulo 1 ~
Sobre un encuentro inesperado
Sobre un encuentro inesperado
Los pitidos del despertador la
sacaron de su hermoso sueño, en el que era una princesa y un apuesto príncipe
se enamoraba de ella. La lluvia golpeaba los cristales de la ventana y una luz
grisácea se filtraba en la habitación.
Bella se incorporó lentamente en
la cama y se paró a escuchar el sonido de las gotas al caer. No había parado de
llover durante toda la noche y la profunda respiración de quien dormía a su
lado la incomodó. Llevaba varios meses saliendo con Frank, el chico más guapo y
popular de la facultad. Pensó en cuando le conoció y se rió de ella misma al
haber accedido a salir con él, porque ella sabía que solo era un antojo
pasajero. Sin embargo, para Bella el verdadero amor era un mito del pasado y si
no quería estar sola durante toda su vida, tenía que aceptar todas las
oportunidades.
Se quedó sentada un instante, con la mirada
perdida y acariciándose el cuello como solía hacer cuando pensaba.
- ¿Qué hora es? –preguntó Frank
a su espalda medio dormido.
- Las siete y cuarto.
Él se levantó resignado y entró
en el cuarto de baño.
Bella oyó como abría el grifo de
la ducha desde la habitación. Frank era un chico muy atractivo, eso no lo podía
negar. Tenía unos músculos perfectos y una voz grave, pero era muy poco considerado,
arrogante y algo egocéntrico. Ella se vistió y bajó a la cocina a desayunar.
Preparó café y tostadas con mermelada de fresas.
Cuando Frank bajó estaba
buscando el tarro de azúcar en los estantes altos, momento que él aprovechó
para agarrarla de la cintura y atraerla hacia su cuerpo. La besó en el cuello
de forma salvaje y metió sus manos por dentro de su camisa.
- Frank, ¿qué haces? –sonrió
ella.
- Venga, no seas tonta. Me
apetece hacerlo por la mañana.
La volvió a besar en el cuello y
al poco tiempo estaba desabrochándola el botón de los vaqueros.
El teléfono les interrumpió y
Bella se apresuró a contestar, agradecida por haberse zafado de él.
- Habla Bella Kirchner ¿Dígame?
- Hola, Bella –dijo una voz
áspera al otro lado del teléfono-. Te llamo para informarte de que tu padre ha
cogido la gripe y le van a ingresar en el hospital.
Era Marie, la cuidadora de su
padre desde que ella se fue a estudiar a Berlín.
- ¿Cómo? ¿Está bien?
- Tranquila, es solo para mayor
seguridad.
- Esta tarde salgo para allá.
Muchas gracias por avisarme, Marie.
Cuando colgó tenía ganas de
llorar. Su padre era muy anciano y cualquier cosa podría arrebatarle la vida.
Frank se acercó por detrás y hundió su rostro en su cuello, oliendo su cuerpo.
Ella se apartó incomodada.
- ¿Qué te pasa? –preguntó él.
- Mi padre ha cogido la gripe.
Tengo que ir a verle a Suiza y quedarme con él hasta que se mejore.
- Vamos, no seas aguafiestas.
¿Me vas a dejar aquí para cuidar a tu viejo?
Bella frunció el ceño. No le
gustaban nada ese tipo de comentarios, y menos sobre su padre.
- Si te refieres a si prefiero
estar con mi padre antes que contigo, la respuesta es sí.
Frank se rió divertido.
- ¿Acaso tu padre te hace
disfrutar por las noches como yo?
Con un gesto rápido la besó en
la boca. Ella se apartó algo asqueada y Frank la miró enfadado.
- Como quieras –dijo.
Se puso su abrigo y cogió sus
cosas. Antes de abrir la puerta se giró y añadió:
- Ya vendrás arrastrándote hasta
mí. Todas lo hacen.
Cerró con un portazo y la casa
se quedó en silencio, un silencio que a ella no la importó. Sintió como si se
hubiera quitado un peso de encima.
Por la tarde, Bella metió algo
de ropa en una maleta y se fue lo más rápido que pudo. Estaba muy preocupada
por su padre, la única persona a la que quería desde la muerte de su madre. Vivía
en un pueblecito suizo, cerca de la frontera francesa, donde ella había vivido
hasta que cumplió los dieciocho y se marchó a Alemania a estudiar. Ahora estaba
cerca de acabar la carrera y su padre era su mejor apoyo.
A medio día había empezado a
nevar y las carreteras se iban tiñendo de un gris claro, a la vez que las
montañas se iban cubriendo de un manto blanco. Bella adoraba esas estampas,
aunque prefería la primavera al pleno invierno.
Cruzó la frontera alemana a la
hora que tenía prevista, pero la nieve se convirtió en una ventisca que hacía
difícil la circulación. Pasó cerca de algunas ciudades y pensó en parar, pero
estaba tan preocupada que decidió continuar hasta llegar a su destino.
Pasó por un pueblecito con
apenas unas casas, una cafetería y pocas cosas más. Había empezado a helar y,
cuando atravesó el pueblo se encontró con la salida cerrada. Delante, había una
señal en la que ponía “carretera cortada por peligro de avalancha”.
Pensó que nada podría ser peor, pero
se equivocaba. Dio marcha atrás y entró en la cafetería. La decoración del
establecimiento llamó su atención, las paredes le recordaron a su casa de la
infancia y todas las mesas eran de madera, con unas flores en el centro.
Las pocas personas que estaban
allí no se fijaron en ella; unos hombres hablaban animadamente en una de las
mesas y dos chicos jóvenes estaban sentados en los taburetes de la barra.
Bella se acercó al camarero y
preguntó por un hotel cerca de allí.
- Me temo que en este pueblo no hay.
El más cercano está en el pueblo de al lado –respondió el camarero.
- La carretera está cortada.
- Entonces, creo que lo mejor
será que busque más abajo, en la ciudad.
- Lo malo es que está helando y
no tengo cadenas…
- Siento no poder hacer nada más
por usted, señorita –se lamentó el camarero, un hombre mayor con bigote blanco.
- Tranquilo –dijo Bella-. ¿Puede
ponerme un chocolate caliente?
- Por supuesto –sonrió el
hombre.
Ella se sentó y llamó al móvil
de Marie.
- ¿Qué tal está mi padre?
–preguntó al instante en que la mujer descolgó.
- Está bien. Los médicos le han
dicho que le ha afectado por la edad, pero que seguramente se curará en unos
días.
- Eso dicen siempre – masculló
Bella.
- ¡Por cierto! Ni se te ocurra
venir. Ha empezado a caer una ventisca de las de pleno invierno y habrán
cerrado carreteras.
- Respecto a eso… –contestó la
chica- resulta que estoy en un pueblo cerca de allí, pero la carretera está
cortada y aquí no hay hoteles, así que tendré que buscar uno en la ciudad,
aunque no tenga cadenas.
- ¿Estás loca? ¡Ni se te ocurra
intentarlo! Es peligrosísimo circular ahora sin cadenas, Bella. Me niego a que
te pase algo malo, ¿me oyes? ¡Ni se te ocurra! –chilló Marie.
- No tengo otra opción. Un beso.
Colgó la llamada y el camarero
regresó con un humeante chocolate caliente con nata por encima. Suspiró se
apoyó en la barra pensando en cómo podría encontrar alojamiento por allí cerca.
- ¿Perdona? –dijo la chica que
estaba sentada en los taburetes-. Lo siento, pero ¿no nos hemos visto antes?
Era una chica de su misma edad,
con el pelo castaño rojizo por los hombros y el flequillo tapándole media cara.
Sus ojos eran verdes y la nariz menuda. Vestía unos vaqueros oscuros y una
camiseta ancha de color negro, con unas botas altas de cordones y una diadema
negra.
Bella la observó detenidamente,
pero no recordaba a esa chica.
- Me llamo Charlotte –añadió la
chica-. Y tú eres Bella, ¿verdad?
En ese momento se acordó de
ella. Habían coincidido en la misma clase hace tres años, cuando había empezado
a estudiar en Berlín. Le sorprendió mucho que Charlotte se acordara de su cara
después de tanto tiempo, y eso que no habían hablado mucho entre ellas. Se
conocían de vista y poco más.
- ¡Ya me acuerdo! Cuanto has
cambiado, ¿no? Antes tenías el pelo largo y eras más bajita. ¿Qué estás
haciendo aquí?
- Pues dejé la carrera y me vine
a estudiar a Suiza. Ahora estoy trabajando y viviendo con unos amigos –contestó
Charlotte.
Estuvieron un rato charlando y
contándose anécdotas de cuando estudiaron juntas, de los profesores, de los
compañeros, y de los trabajos que mandaban cada semana.
- Es muy raro que no nos tocara
nunca juntas –comentó Bella.
- Bueno, tampoco hicimos nada
para que fuera así. En los trabajos grupales que hacíamos nosotros siempre
elegíamos a nuestros amigos. Tú estabas demasiado ocupada con los tuyos –se quedó
pensativa un instante y después preguntó-: ¿Y qué estás haciendo tú por aquí?
Bella dio un trago a su
chocolate y habló.
- Bueno, esta mañana me llamó la
cuidadora de mi padre y me dijo que había cogido una gripe, que le iban a
ingresar en el hospital, y decidí venir lo más rápido posible. Pero me he
encontrado la carretera cortada y sin ningún hotel donde quedarme. Y para colmo
no tengo cadenas y el asfalto parece una pista de hielo.
Charlotte se puso muy seria al
escuchar lo de su padre.
- ¿Y sabes algo de tu padre?
¿Está bien?
- Si, acabo de llamar y me han
dicho que posiblemente se recuperará pronto, pero siempre dicen lo mismo.
- Qué me vas a contar… -susurró
Charlotte. Tras una pausa añadió-: ¿Has dicho que no sabes dónde quedarte?
- Pues sí. Esta zona no la
conozco y el camarero me ha dicho que el hotel más cercano está en el pueblo de
al lado. Pero es peligroso conducir con esta ventisca.
La chica reflexionó un segundo y
después dijo:
- Puedes quedarte en nuestra
casa si quieres.
Bella no daba crédito a lo que
estaba oyendo. Hacía más de un año que no veía a esa chica y ahora la invitaba
a su casa. Sin embargo, era la mejor opción hasta el momento, y no era una mala
solución quedarse una noche.
- No quiero molestar –dijo para
no parecer desconsiderada.
- Tonterías, a nosotros no nos
importa tener visitas, ¿verdad, Jean?
Charlotte se giró para mirar al
chico que estaba sentado a su lado. Estaba distraído escribiendo en un papel y
al oír su nombre se sobresaltó. Tenía el pelo rizado y unos enormes ojos
verdes, y vestía una sudadera azul con vaqueros anchos.
- ¿Verdad que no nos importa que
ella se venga a casa a pasar la noche?
Jean miró a Bella con los ojos
bien abiertos y luego, parpadeando, sacudió la cabeza.
- ¿Por qué se va a venir con
nosotros?
- Es una antigua compañera de
clase que no tiene dónde quedarse a dormir.
- Por mí no hay ningún problema,
pero ¿acaso has pensado en lo que dirá Bruno?
Charlotte movió la cabeza de un
lado a otro.
- A Bruno no le importará que
Bella se quedé una noche.
- Deberíamos irnos ya, se está
haciendo tarde –dijo Jean.
Salieron de la cafetería y el
frío y el viento azotó sus rostros como si fuera una bofetada.
- ¿Necesitas coger algo del
coche? –preguntó Charlotte.
- Tengo una maleta con algo de
ropa.
Cogió la maleta del coche y
cruzaron la calle hasta llegar a un cruce. Allí estaba la casa donde vivían los
tres chicos, de dos plantas y una guardilla con un tejado muy inclinado. La
casa estaba rodeada por un jardín de lo que parecían ser arbustos altos, que
dejaban un camino hasta la entrada, con un porche elevado cubierto al estilo
americano.
- Es una casa preciosa –comentó
Bella-. ¿En serio que puedo quedarme?
- Claro que sí.
El interior era aún más hermoso,
con suelo de madera y paredes pintadas de beige. Dentro había una temperatura
ideal comparada con la del exterior.
Se quitaron los abrigos y las
bufandas y acompañaron a Bella a la planta de arriba.
- Aquí están las habitaciones y
el cuarto de baño. Tenemos otro más arriba, pero es más pequeño –explicó
Charlotte-. En esta habitación dormirás tú. Es la de una amiga que se fue hace
tiempo, así que disculpa si la encuentras algo vacía.
- Tranquila, me gustan las
habitaciones sencillas.
- Baja cuando quieras, cenaremos
dentro de un rato, cuando venga Bruno.
Cuando los dos chicos salieron
de la habitación, Bella dejó la maleta encima de un escritorio y se tumbó en la
cama. Era una cama muy cómoda y las mantas olían bien. Aprovechó la comodidad
para poner en orden su mente.
Pensó en la ruptura con Frank,
pero eso no era la mitad de importante que su padre. Se levantó y se acercó a
la ventana. Estaba completamente empañada y tenía un tacto frío. Al día
siguiente buscaría un hotel donde quedarse, porque seguramente la carretera
permanecería cortada unos días más, hasta que subieran las temperaturas.
Además, no le parecía bien abusar de la hospitalidad de los chicos.
Estaba mirando por la ventana,
cuando vio las luces de unos faros aparcando en frente de la casa. Supuso que
sería el famoso Bruno y decidió bajar, al menos por educación.
Salió de la habitación y bajó la
mitad de las escaleras. En la puerta había un chico alto y delgado quitándose
un abrigo negro y un gorro que llevaba calado hasta las cejas. Cuando se lo
quitó, descubrió un pelo rubio alborotado, con algunos rizos indomables. Vestía
una camisa de rayas y unos pantalones ajustados con deportivas, y llevaba unas
grandes gafas de pasta.
Él no la había visto todavía
cuando apareció Charlotte.
- Hola Bruno, ¿qué has traído?
–le saludó.
- Comida china.
- Uhm… que hambre tengo hoy –dijo
ella. Entonces vio a Bella parada en las escaleras-. Por cierto, me he
encontrado con una antigua compañera de la facultad en Berlín y la he invitado
a quedarse, se encontró la carretera cerrada y no tenía cadenas.
- Me estás tomando el pelo,
¿verdad?
Charlotte sacudió la cabeza y
señaló a Bella, que seguía en la escalera sin saber qué decir.
El chico se giró y se quedó
observándola con los ojos bien abiertos.
- Bruno –dijo Charlotte a sus
espaldas-. Ésta es Bella.
Bella esbozó una amable sonrisa
y le saludó con la mano, pero él se quedó inmóvil mirándola con desconfianza.
- No tenía a dónde ir y la hemos
invitado a quedarse esta noche –añadió Charlotte viendo que Bruno no decía
nada.
- ¡A mí no me metas! –chilló
Jean desde otra parte de la casa.
Bruno apartó la mirada al suelo
y, sin decir nada, subió al piso de arriba.
La chica cogió a Bella del brazo
y la acompañó al salón. Allí apareció Jean con un libro en la mano y se sentó
en el sofá.
- Mira lo que has hecho –le
reprochó.
- Tú tranquila –dijo Charlotte a
Bella, sin hacer caso del comentario de su amigo-, no es muy sociable y le
encanta encerrarse en su cuarto.
- No quisiera incomodar a nadie…
-dijo ella.
Sacaron la comida china que
Bruno había traído para todos y se sentaron en los sofás del salón a cenar.
Bella no acostumbraba a comer comida china, pero esa era la mejor que había
probado, sobre todo los rollitos de primavera.
Cuando acabaron, les ayudó a
recogerlo todo y prefirió irse a dormir. Subió las escaleras hasta la
habitación y se cambió de ropa. Después se lavó los dientes y la cara y se
acostó.
“Mañana será un día mejor” se
dijo a sí misma, y escuchó un sonido de guitarra que provenía del tercer piso.
Era una melodía algo triste, pero la relajó hasta quedar completamente dormida.
No le gustaba conocer gente
nueva, no desde lo que pasó hacía diez años. En momentos como ese, en los que
quería aislarse del mundo que le rodeaba y escapar de los recuerdos, Bruno
acostumbraba a tocar la guitarra. Lo hacía pausadamente, acariciando las cuerdas
y siguiendo las melodías que componía su mente.
Sin embargo, aquella noche los
recuerdos le asaltaban con cada nota y no podía apartarlos de su mente. Los
recuerdos que tanto le gustaría borrar de su pasado más oculto.
AHHHHH precioso *A* Me encanta xDDD Mi mente me dice que Bruno y Jean son sexies *A*
ResponderEliminarJajajaja sigue así, en serio xDDD Quiero leer más *O*
me encanta!
ResponderEliminarOw me alegra mucho que os haya gustado ^-^
ResponderEliminar@ Daxter: Bueno, un poco sexys si son. Yo definiría su estilo un poco nerd, que también puede hacer sexy a alguien dependiendo de la persona. Vamos a acabar todas enamorándonos de Bruno... yo ya lo estoy jajaja siempre me encapricho con mis propios personajes >//<