15/9/12

El juego del fénix (mi relato)

Hello! Este relato lo escribí para el concurso que dije antes. Al principio no tenía muy claro como iba a ser, pero acabé cogiendo cariño a los personajes, en especial Ian, que salió de una obsesión mía por los chicos con los ojos claros y el pelo alborotado... me encantan. Estoy pensando en dibujarlos. Por ahora os dejo el relato. 
EL JUEGO DEL FÉNIX

El tiempo pareció detenerse y los segundos se hicieron eternos en apenas un instante. Los sonidos eran apenas audibles y en mis oídos solo escuchaba los latidos de mi corazón.
En mi cabeza comenzaron a sucederse vertiginosamente las imágenes y sensaciones de los últimos días: el olor a café, una sonrisa y el rojo atardecer junto al río, el olor a tierra mojada, la calidez de un abrazo, un beso… todo parecía lejano. Intenté pensar con claridad, ordenarlo todo para encontrar una explicación razonable a esta pesadilla, pero era como si la bala que acababa de ser disparada hubiera perforado mi cabeza.
Solo podía pensar en cómo sus ojos azules habían perdido su brillo mientras aún me miraban fijamente.

-----
Aquella mañana de septiembre, Catherine se había levantado de buen humor. El cielo gris cubierto de nubarrones contrastaba con su radiante sonrisa y su larga melena rubia, más despeinada que de costumbre. Había quedado con su mejor amigo en una cafetería del centro y llegaba tarde, por lo que corría despavorida por las concurridas calles de Londres.
Sorteaba a la gente con agilidad y con cuidado de no pisar ningún charco, porque se había puesto unas botas nuevas que no quería ensuciar. Era, posiblemente, el día más importante de su vida.
Cuando por fin vislumbró la cafetería, suspiró de alivio. Hacía bastante tiempo que Ian y ella no se veían. Abrió la puerta y todas las personas del local clavaron su mirada en ella, dejando sus conversaciones a un lado, por lo que el silencio se adueñó del establecimiento. El olor del café y de las tostadas de los desayunos flotaba en el ambiente.
Desde una esquina de la cafetería, un chico algo más mayor que ella, de cabello rizado y oscuro, se giró a mirarla, haciéndola un gesto con la mano a modo de saludo.
Catherine sonrió y se sentó en la silla de enfrente. Los clientes dejaron de prestarla atención y continuaron con sus charlas.
- ¿No sabes entrar en ningún sitio sin llamar la atención? -preguntó Ian con una sonrisa burlona.
- Muy gracioso.
El camarero se acercó a la mesa y Catherine pidió un café con leche.
- Ya veo que sigues sin peinarte -se mofó Ian de su aspecto.
Catherine hizo una mueca.
- Sabes que lo digo de broma, Cath -dijo apoyando los codos en la mesa e inclinándose hacia ella, mirándola a los ojos.
Catherine le sostuvo la mirada. Los ojos de Ian eran tan azules que parecía que hubiera un océano dentro de ellos. Reflejaban su personalidad viva y fuerte, llena de emociones. Sabía que a él le gustaban sus ojos, pero no tenían nada de particular comprados con los de él, ya que los suyos eran castaños sin ningún matiz especial.
El camarero regresó con el café con leche que había pedido y les sacó de sus pensamientos.
- Bueno, ¿y qué tal? -preguntó Ian-. ¿Estás nerviosa por tu entrevista de trabajo?
- No mucho… es dentro de una hora. Espero que todo vaya bien y no ponerme más nerviosa de lo que estoy.
Él la tomó la mano cariñosamente.
- Te cogerán. No hay nadie en toda la ciudad que redacte mejor que tú.
- No lo sé, Ian. Estamos hablando de uno de los periódicos más importantes de Londres.
- Te cogerán, ya lo verás.
Le miró a los ojos y supo que confiaba en ella.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro?
Él sonrió con picardía.
- Simplemente lo sé.
- Ojalá tengas razón -dijo. Y se acabó de un trago lo que quedaba en el vaso.

Catherine se sentía afortunada de tener a alguien tan bueno a su lado. Estaban muy unidos y no se imaginaba la vida sin él.
Por eso, cuando lo vio esa tarde llegar al parquecito cerca del Támesis que tanto les gustaba, con el rostro sombrío y con un aura diferente, no pudo evitar sentirse extraña. Algo había cambiado en él y, por tanto, en ella.
- ¡Hola! -le saludó con naturalidad.
- Hola.
Ian se apoyó en la barandilla del parque y se quedó mirando el reflejo del rojo atardecer en el río. Parecía distante, lo que preocupó a Catherine.
- ¿Estás bien? Parece que te preocupa algo -le dijo cariñosamente.
Tras una breve pausa, se giró y mirándola a los ojos contestó:
- ¿Sabes lo que es un fénix?
A Catherine le sorprendió la pregunta. Ian no era del tipo de chico a quien le interesaran las criaturas fantásticas.
- Bueno, no sé mucho del tema, pero creo que es un ave mitológica parecida a un águila que se consume para luego resurgir de sus cenizas.
Ian la observó con detenimiento. Tenía la mirada perdida y la luz del atardecer le teñía el rostro de rojo anaranjado.
- Un ave que revive de sus cenizas -susurró.
Se estaba comportando de un modo extraño, no se parecía al Ian que ella conocía y al que apreciaba tanto. De pronto, él esbozó una sonrisa burlona y la alborotó el pelo con la mano.
- ¿Qué tal tu entrevista?
- Parece que les he gustado y me han pedido que vuelva la semana que viene -contestó sonriente-. ¿Y qué tal te va a ti en el taller?
Ian se frotó el cuello algo nervioso. No solía hacerlo, pero las pocas veces que se veía en una situación difícil lo hacía. A Catherine le encantaba.
- Lo he dejado…
- ¡¿Cómo?!
- Sé lo que me vas a decir, pero no se gana mucho dinero, no da para comer. Además -añadió- he encontrado algo mejor donde puedo ganar más.
- No lo entiendo. ¿Qué hay mejor que trabajar en lo que te gusta?
- Déjalo, Cath. No quiero hablar de ello.
El tono de Ian fue suficiente para saber que no estaba de humor, así que Catherine lo dejó pasar por esa vez, aunque eso no significaba que no volviera a sacar el tema.
Se quedaron en silencio un rato. El sol ya se había ocultado del todo y la ciudad se oscurecía rápidamente. Las luces de las farolas proyectaban reflejos que bailaban al ritmo de las aguas del Támesis.
- Cath -susurró Ian.
- Dime.
- Eres lo más importante que hay en mi vida.
Sin saber cómo ni por qué, las mejillas de Catherine se encendieron al escuchar el comentario de su amigo. Él solía hacer bromas como esa, y después se reía y ella nunca le tomaba en serio, pero aquella vez fue distinto. No hubo ninguna risa, ni siquiera una sonrisa burlona.
Catherine le miró. Tenía la mirada clavada en los reflejos del agua y sus ojos desprendían hermosos destellos azulados. En ese momento le pareció más guapo que nunca.

La noche estaba oscura, con un cielo cubierto de nubes que no dejaban ver la luna. Las farolas apenas alumbraban la calle y Catherine caminaba sola a paso ligero para volver a su casa. Se había despedido de Ian no hace mucho, y su mente iba absorta en sus pensamientos. Había sido un día duro y estaba cansada, por lo que tomó un pequeño atajo para llegar mucho antes.
Estaba tan distraída que no se dio cuenta de que alguien la seguía desde hace un rato.
Giró un cruce y notó los pasos acelerados de alguien detrás de ella. Al principio no le dio importancia, pero tras unas calles más las pisadas seguían sonando a su espalda.
De repente un hombre aviejado con el rostro cubierto se cruzó en su camino.
- Buenas noches, señorita -dijo, con una voz no muy amable.
Ella pasó a su lado sin detenerse, pero el hombre la agarró fuerte del brazo y la empujó contra un muro.
Ella se incorporó rápidamente. Tenía miedo y mantenía los ojos como platos. El hombre que la seguía, algo más joven que el otro y también con el rostro cubierto, llegó a donde ellos y se paró. Estaba claro que ambos estaban compinchados para atraparla en aquella calle oscura.
- ¿Tiene algo para nosotros, señorita?
Catherine tragó saliva para aclararse la garganta. Quería parecer tranquila, pero las piernas empezaban a temblarle.
- No llevo nada que pueda interesarles.
- ¿De verdad? -dijo el hombre aviejado.
El que la había estado siguiendo se fijó en su mano izquierda, donde llevaba un anillo de oro que le había regalado Ian hace tiempo, como regalo de cumpleaños.
- ¿Y qué tal ese anillo? -dijo-. Es de oro, ¿verdad?
Ella metió la mano en el bolsillo.
- ¿Qué anillo? -respondió en el tono más desafiante que pudo.
Con un movimiento ágil, el hombre sacó una navaja del bolsillo del pantalón y se la puso en el cuello, amenazante.
- No nos tientes, preciosa, o puedo cortarte la mano entera.
Catherine contuvo la respiración. Sentía el peso de todo su cuerpo sobre los talones. Intentó tragar saliva, pero su boca estaba seca.
Se quitó el anillo y se lo dio al hombre, que cuando retiró la navaja de su cuello tiró fuertemente de su bolso arrancándoselo del hombro. El tirón la hizo mucho daño y se llevó la mano al hombro. Los hombres salieron corriendo y ella se quedó sola, todavía asustada y con la piernas temblándole. Hasta que no pudo mantenerse en pie y cayó al suelo.
Sentía unas ganas terribles de llorar, por su debilidad y por no haber podido salvar el anillo, pero no lo hizo. A lo lejos retumbó un trueno y el olor a tierra mojada la hizo darse cuenta de que estaba a punto de ponerse a llover, pero no tenía fuerzas para levantarse.
Rápidamente empezaron a caer gotas y el suelo se fue llenando de pequeños charquitos. Alguien se acercó salpicando en todos los charcos y corría hacia ella. Cuando aquella persona estaba cerca, Catherine pudo comprobar que era Ian, que corría bajo la lluvia sin que esta le importase.
Ian se tiró al suelo y la abrazó fuertemente. En ese momento la angustia y el miedo la hicieron estallar en lágrimas. La temblaban las manos e intentaba agarrarse a la chaqueta de él, quien le acariciaba el pelo e intentaba calmarla.
- Lo siento, Cath. Lo siento mucho. Lo siento -decía-. Siento no haberte acompañado a casa… estaba pensando en mis cosas y no me acordé de lo lejos que vives.
- Ian… -dijo ella entre sollozos.
- Llamé a la policía mientras venía hacia aquí -añadió él-. No te preocupes por nada.
Sus brazos eran tan cálidos y acogedores que calmaron sus nervios y su miedo. Cuando Catherine repasó mentalmente lo que Ian había dicho, dejó de llorar y pensó en ello.
Se apartó de él y le preguntó intrigada:
- ¿Cómo sabías que me había pasado esto?
Ian puso los ojos en blanco y luego la abrazó de nuevo.
- Lo presentí -dijo despreocupado.
Sin embargo, Catherine no dejó de darle vueltas durante el resto de la noche, en la que le hicieron mil preguntas sobre sus atracadores en la comisaría.
Volvió a su casa para dormir un poco y después salió para hacerle una visita.
Llamó a la puerta de su apartamento y esperó hasta que él abrió la puerta.
Catherine no pudo evitar fijarse en su aspecto. Tenía el pelo despeinado y aún llevaba la ropa de dormir, que era solo un pantalón largo gris.
La invitó a entrar y cerró la puerta. El apartamento de Ian era pequeño y estaba lleno de dibujos, pintura y cuadros sin acabar. A ella le gustaba ir allí, era como un lugar mágico donde su amigo hacía sus obras de arte.
- ¿Te acabas de levantar? -preguntó extrañada.
Él asintió.
- Iba a comer algo. ¿Quieres una tostada o un café?
- No gracias, ya he desayunado hace rato.
Se sentó en el sofá y se puso a ver los dibujos que había esparcidos en la mesa. Algunos eran auténticos garabatos y otros verdaderas obras de arte.
- ¿Por qué has dejado el taller?
Ian se sentó a su lado con una taza de café y la alborotó el pelo.
- Ya te lo dije, no ganaba el dinero suficiente.
- Pero esa no es una razón de peso para dejar de hacer lo que te gusta. Creí que teníamos confianza, que lo sabíamos todo el uno del otro.
- Y la tenemos, pero es mejor que no te enteres de algunas cosas.
Ella se cruzó de brazos haciendo notar su disgusto.
Ian se levantó del sofá y se apoyó en la cornisa de la ventana para mirar la calle, con la taza de café en la mano. Le observó disimuladamente, y se fijó en lo mucho que había cambiado. Ahora estaba más alto y, sin la camiseta, Catherine pudo comprobar que también más musculoso que antes. Le había crecido el pelo y algunos mechones oscuros le caían desordenados sobre la frente, aunque su pelo seguía siendo rizado.
Él pareció percibir que le estaba observando y la miró. Sus ojos se cruzaron y ninguno apartó la mirada, hasta que algo hizo que Catherine se sintiera incómoda y se sonrojara. Ian sacudió la cabeza, como eliminando un pensamiento.
- ¿Te apetece dar una vuelta? -sugirió.
- Eso estaría bien.
- Entonces espera aquí. Voy a vestirme.
Dejó la taza en la cocina y subió al piso de arriba, donde estaba la habitación.
Catherine pensó en qué la había hecho sonrojarse. ¿Acaso se sentía atraída por él? Nunca antes se había fijado en Ian, porque era su mejor amigo. Sin embargo, no podía negar que había algo distinto entre ellos. Estaba revolviendo los dibujos de la mesa mientras pensaba, hasta que uno de ellos llamó su atención. Era un dibujo rápido de un ave con las alas extendidas, de las que salía algo parecido a llamas de fuego. “¿Un fénix?” pensó Catherine.
La música del teléfono de Ian la sobresaltó y escondió el dibujo entre los demás.
- ¡Ian, tu teléfono!
- ¡Contesta tú por mí, ahora no puedo! -gritó él desde el piso de arriba.
Catherine lo cogió y miró la pantalla. En ella no había ningún nombre, solo un número de móvil.
- ¿Diga? -respondió.
- ¿Ian? ¿Eres tú? -preguntó una voz de un hombre que parecía fatigado. Sonaba como si fuera andando por la calle.
- Ahora mismo no puede ponerse, pero si es muy importante puedes decírmelo a mí y yo se lo digo.
El hombre tardó unos segundos en responder.
- Está bien. Dile que le han pillado, lo saben todo. Es peligroso que vuelva a jugar, que se olvide del fénix -hizo una pausa para respirar hondo-. Ahora no puedo hablar, creo que me están siguiendo.
El hombre cortó la llamada. Catherine no daba crédito a lo que había escuchado. ¿En qué lío se había metido su amigo?
- ¿Quién era? -preguntó Ian a su espalda.
Ella tardó en responder. Se había quedado con la boca abierta.
- Era un hombre. Yo le he dicho que no podías ponerte y me ha dicho que te diera un mensaje.
- Que extraño. Déjame ver el número.
Le dio el teléfono y su expresión cambió cuando vio quien había llamado. Frunció el ceño y la preguntó:
- ¿Qué quería?
- ¿Quién era? ¿En qué lío te has metido?
Con un movimiento ágil la agarró de los hombros y la miró a los ojos.
- ¡Esto es muy importante, dime qué te ha dicho!
- ¡Responde antes a mi pregunta!
Respiró hondo y dijo:
- Era Mike, un compañero mío. Dime qué te ha dicho, es muy importante.
Ian parecía muy preocupado, así que Catherine repitió las palabras de Mike.
- ¡Mierda! -dijo Ian cuando ella acabó. Cogió el teléfono y marcó el número de Mike, pero este no contestó. Lo intentó una segunda vez sin obtener nada.
- ¡Maldita sea! Cath, quédate aquí. Voy a buscarle -dijo mientras corría hacia la puerta.
- ¡Espera, Ian! ¿Qué está pasando? ¿En qué lío te has metido?
Catherine le alcanzó antes de que saliera y lo abrazó por detrás.
- Eres mi amigo y me preocupa que pueda pasarte algo malo.
Él contuvo la respiración y bajó la cabeza. Se dio la vuelta y la acarició la mejilla.
- No te preocupes por mí. No va a pasarme nada, ¿de acuerdo? Debes tranquilizarte.
Ella le miró fijamente y no dijo nada, pero en sus ojos se podía ver su preocupación. Ian acercó su rostro al suyo muy despacio y la dio un beso en la mejilla, pero no se apartó. Catherine sintió su cara al rojo vivo y el pulso se le aceleró. Sentía la respiración de Ian tan fuerte como si estuviera respirando por los dos. Él se acercó un poco más y susurró en su oído:
- Quédate aquí, por favor.
Después se apartó de ella y se fue. Catherine permaneció allí un instante, paralizada por lo que había sentido al tenerle tan cerca. Luego pensó que no podía quedarse ahí parada y corrió tras él.
Le siguió por las calles a una distancia prudente, porque Ian era muy astuto y corría el riesgo de que la descubriera. Llegaron a una zona industrial abandonada. Aquello parecía un laberinto y por poco le pierde la pista entre tantas naves.
Entonces él se paró y cerró los ojos. Era como si estuviera intentando recordar algo, hasta que de súbito los abrió y echó a correr a gran velocidad en una dirección. Intentó mantener su ritmo, pero Ian era muy rápido, más rápido de lo que ella pensaba. Iba a girar en una esquina cuando vio que se había parado y se escondió. Sin embargo había visto algo más y se asomó con cuidado.
Ian estaba agachado mirando al suelo, donde había un hombre en medio de un charco de sangre, con la garganta totalmente rajada.
La visión del cadáver hizo que Catherine se apartara de la pared y retrocediera asustada. En su cabeza se repetían las mismas imágenes del hombre tendido en el suelo, con un teléfono móvil aún en la mano y los ojos abiertos y sin vida.
Corrió y corrió intentando salir de aquel laberinto de naves industriales, pero solo consiguió perderse. Cansada, se apoyó en una pared, cerró los ojos e intentó relajarse. Cuando los abrió, observó al lugar a donde había llegado y un edificio llamó su atención.
Se acercó un poco para verlo mejor. Encima de la entrada había un pequeño rótulo con la palabra PHOENIX y el dibujo de un fénix pintado en la puerta, con las alas extendidas, igual que el boceto de Ian.
De repente sintió un fuerte golpe en la cabeza y un dolor agudo en la sien. La vista se le nubló y el edificio se volvió borroso. Se desplomó en el suelo y perdió el conocimiento.
----
Cuando despertó sentía un fuerte dolor en la cabeza. Apenas podía abrir los ojos y tampoco escuchaba nada, solo un leve pitido en sus oídos. Se encontraba en una habitación oscura, de paredes grises y una ventana sin cristalera. Parecía abandonado.
Quiso tocarse la cabeza, pero no pudo. Estaba atada de pies y manos a una silla en el centro de la habitación. No se acordaba de nada y se asustó al verse en esa situación.
Una puerta se abrió y aparecieron una mujer de cabello rojizo y un hombre corpulento con la cabeza rapada.
- Mira quién se ha despertado -dijo ella sonriendo-. Es hora de llamarle, ¿no crees?
Él soltó una sonora carcajada y sacó un teléfono móvil de su bolsillo. Marcó un número y esperó.
- Hola, tramposo. ¿Has visto lo que le ha pasado a Mike? -dijo con voz burlona-. Tranquilízate o tu amiga correrá la misma suerte.
El hombre puso el auricular en la oreja de Catherine y ella pudo escuchar la voz de Ian.
- ¡¿Cath?!
- ¡Ian!
- ¡¿Estás bien?!
El hombre le quitó el teléfono sin dejarla acabar y habló.
- Está bien. Y tú más vale que vengas aquí en menos de media hora con el dinero que has robado o tu amiga acabará igual que el bueno de Mike, ¿te ha quedado claro?
Cuando colgó hizo un gesto a la chica y ambos salieron de la habitación, dejándola sola y asustada. Todavía tenía la cabeza dolorida y le costaba respirar, pero el hecho de no saber qué estaba pasando la preocupaba más aún.
Pasó un tiempo, puede que unos minutos o incluso horas, pero para ella fue una eternidad. Cada vez estaba más asustada porque no sabía cuánto tiempo llevaba allí. ¿Y si habían pasado ya los treinta minutos? ¿Y si le quedaban pocos segundos de vida?
Escuchó unos ligeros golpes en la zona de la ventana que llamaron su atención. Al cabo de un rato, una cabeza asomó por ella. Y para sorpresa de Catherine, era Ian.
El chico entró en la habitación y se agachó en frente de ella.
- ¿Estás bien? ¿Te han hecho daño? -susurró.
- Me duele la cabeza y el pecho, pero no te preocupes.
La dio un beso en la frente y se puso a desatar las cuerdas que la amarraban. No pudo evitar soltar un suspiro de alivio cuando quedó liberada.
- Ahora hay que saltar por la ventana -dijo él en voz muy baja.
Ian se subió a la cornisa y saltó al vacío. Después, la hizo gestos para que saltara y se dispuso a hacer lo mismo, pero la distancia del suelo la hizo dudar.
- Vamos, yo te cojo -dijo él desde abajo con los brazos extendidos.
Cerró los ojos y saltó. Ian la agarró fuerte cuando llegó al suelo y la caída no fue para tanto. La cogió de la mano y la obligó a correr un buen rato hasta llegar a un lugar seguro.
Catherine no pudo contenerse más y lo abrazó tan fuerte que casi perdió el equilibrio.
- He pasado un miedo terrible.
Él la acarició el pelo y apoyó su cabeza en la suya.
- He avisado a la policía antes de ir a buscarte. No quería involucrarte en todo esto, pero creo que deberías saberlo.
Se apartaron y se sentaron en el suelo, él en frente de ella, y comenzó a hablar.
- Hace unos meses, mientras tú no estabas, estuve pasando un mal momento. El taller iba mal y no podía pagar ni el alquiler ni las facturas, no tenía nada. Tuve que venderlo, pero el dinero que saqué no me dio para mucho.
>> Un día quedé con Mike, un antiguo compañero del instituto, y le expliqué mis problemas. Él me habló de un club en el que se organizaban partidas nocturnas de póker, donde iba gente de mucho dinero que apostaba grandes cantidades e incluso propiedades. Lo llamaban “el fénix” porque aunque la policía intentó acabar con ello varias veces, el negocio volvía a resurgir de las cenizas. Me dijo que a él se le daba bastante bien y quedamos una noche para probar.
>> Mientras jugábamos me di cuenta de que, mirando a los demás jugadores a los ojos, era capaz de predecir sus movimientos. Es algo muy difícil de entender, ni yo mismo lo entiendo, pero veo lo que ocurre antes de que suceda, por eso supe que te habían atracado y dónde estabas. Es como si me introdujera en la mente de los demás.
Catherine le miraba atentamente, sin perder detalle de nada.
- La primera noche Mike me preguntó cómo sabía jugar tan bien, y se lo conté todo. Él se emocionó y me hizo prometer que no se lo contaría a nadie más, que nos íbamos a hacer de oro con mi rara habilidad. Empezamos a ganar dinero fácil y mis problemas se acabaron. Sin embargo, lo que estábamos haciendo no estaba bien y propuse a Mike dejarlo, pero no quiso -suspiró-. Y ahora está muerto y quieren matarme a mí también.
Catherine se aclaró la garganta.
- Ian, ¿cómo has podido meterte en problemas ilegales?
- Lo sé, Cath, pero quiero acabar con todo. No sabes el miedo que he pasado.
- Debe ser horrible saber que, cuando la policía los coja, te cogerán a ti también.
Él negó con la cabeza. La miró a los ojos y la cogió de las manos.
- No, Cath. Tenía miedo por ti -hizo una pausa y respiró hondo-. Temía perderte para siempre. No bromeaba cuando te dije que eres lo más importante en mi vida. ¿Sabes por qué digo que me gustan tus ojos? Porque aunque el día esté nublado siempre están brillando, tienen luz propia. Tú eres mi luz, mi sol, mi inspiración. Muchos dibujos los hago porque sé que te gusta verlos, y los hago por ti. Haría cualquier cosa por ti, porque… estoy enamorado desde hace años.
Mientras iba hablando, Catherine había contenido la respiración y le escuchaba atentamente, con el corazón latiéndole a mil. Le temblaban las manos y se preguntó si él lo notaba. Cogió una bocanada de aire y habló.
- Yo…
Un disparo la interrumpió. El tiempo pareció detenerse y los segundos se hicieron eternos en apenas un instante. Los sonidos se disiparon y en sus oídos solo escuchaba los latidos de su corazón.
Todavía la estaba mirando cuando murió, y sus ojos perdieron su brillo, esa vitalidad que a ella tanto la gustaba. El océano que había dentro de ellos pareció secarse para siempre, dejando solo un azul vacío.
Detrás de él estaba la mujer de la habitación, apuntando con una pistola.
- Nadie acaba con “el fénix” -dijo.
Unas sirenas sonaron cercanas y un coche llegó a toda velocidad, se abrió una puerta y una voz procedente del interior gritó:
- ¡Déjala, no merece la pena! ¡Tenemos que salir de aquí cuanto antes!
La mujer entró en el coche, que se alejó hasta perderse en la distancia.
Catherine sostuvo el cuerpo sin vida de Ian entre sus brazos. No intentó contener las lágrimas y lloró hasta que la policía los encontró. Se llevaron su cuerpo envuelto en una manta y Catherine fue atendida por una ambulancia y llevada al hospital por las heridas que tenía.
Los días pasaron de forma monótona, sin vida. Ella intentaba distraerse, pero las imágenes la perseguían como si fueran una pesadilla de la que no podía despertar.
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Esa mañana se despertó son los rayos del sol acariciando su rostro. Se levantó y se asomó a la ventana. Era una mañana preciosa, sin una sola nube, solo un cielo azul que la saludaba desde las alturas.
Catherine sonrió. Era el mismo color de los ojos de Ian, que ella siempre había comparado con el océano. Pero el cielo era más libre y vivo que el mar, se parecía más a él.
- Yo también te amo- dijo sin apartar la vista.
Y sus ojos se iluminaron de nuevo.

5 comentarios:

  1. He llorado... joder... ¿¡POR QUÉ IAN!? IAN NO! IAN DEBERÍA HABER SOBREVIVIDO!!! TT^TT

    Precioso! Escribes genial! Estoy deseando leer más ;w;

    ResponderEliminar
  2. Nooooo!! pensé que ocurría algún milagro y reviviría xD jajaja pero noooo porqué murió?! :( no es justo. Sin embargo, el relato estuvo buenísimo!

    Besos!

    ResponderEliminar
  3. Es genial tu relato!

    Ya has entrado en mi blog? ;)

    http://moshaool.blogspot.com.es/2012/09/ganadoras-del-concurso-comete-un-menu.html

    ResponderEliminar
  4. @ Kat: Siiii ya entré!! estoy muy contenta!! pero no me deja comentar en la entrada así que no había dado señales de vida por eso. El relato lo subí el mismo día que te lo envié.

    buahahahaha soy muy mala por matar al bueno de Ian... a mí también me dio mucha pena, con lo que me gustaba... me lo comía con la mente. La sensación de Cath cuando él se declara es la que yo sentía cuando leí como quedó la confesión *.*

    ResponderEliminar

Konnichiwa!! Gracias por comentar.
Recuerda que tu comentario puede ayudarme a mejorar y será totalmente bienvenido mientras no sea ofensivo (para insultar no comentes, es tontería)
Cualquier comentario que haga spam y no tenga nada que ver con lo publicado será eliminado.
Besos y... HAKUNA MATATA! (。◕∀◕。)

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