Hello! Este relato lo escribí para el concurso que dije antes. Al principio no tenía muy claro como iba a ser, pero acabé cogiendo cariño a los personajes, en especial Ian, que salió de una obsesión mía por los chicos con los ojos claros y el pelo alborotado... me encantan. Estoy pensando en dibujarlos. Por ahora os dejo el relato.
EL JUEGO DEL FÉNIX
El tiempo pareció detenerse y los segundos se
hicieron eternos en apenas un instante. Los sonidos eran apenas audibles y en
mis oídos solo escuchaba los latidos de mi corazón.
En mi cabeza comenzaron a sucederse vertiginosamente
las imágenes y sensaciones de los últimos días: el olor a café, una sonrisa y
el rojo atardecer junto al río, el olor a tierra mojada, la calidez de un
abrazo, un beso… todo parecía lejano. Intenté pensar con claridad, ordenarlo
todo para encontrar una explicación razonable a esta pesadilla, pero era como
si la bala que acababa de ser disparada hubiera perforado mi cabeza.
Solo podía pensar en cómo sus ojos azules habían
perdido su brillo mientras aún me miraban fijamente.
-----
Aquella mañana de septiembre, Catherine se había
levantado de buen humor. El cielo gris cubierto de nubarrones contrastaba con
su radiante sonrisa y su larga melena rubia, más despeinada que de costumbre.
Había quedado con su mejor amigo en una cafetería del centro y llegaba tarde,
por lo que corría despavorida por las concurridas calles de Londres.
Sorteaba a la gente con agilidad y con cuidado de no
pisar ningún charco, porque se había puesto unas botas nuevas que no quería
ensuciar. Era, posiblemente, el día más importante de su vida.
Cuando por fin vislumbró la cafetería, suspiró de
alivio. Hacía bastante tiempo que Ian y ella no se veían. Abrió la puerta y
todas las personas del local clavaron su mirada en ella, dejando sus conversaciones
a un lado, por lo que el silencio se adueñó del establecimiento. El olor del
café y de las tostadas de los desayunos flotaba en el ambiente.
Desde una esquina de la cafetería, un chico algo más
mayor que ella, de cabello rizado y oscuro, se giró a mirarla, haciéndola un
gesto con la mano a modo de saludo.
Catherine sonrió y se sentó en la silla de enfrente.
Los clientes dejaron de prestarla atención y continuaron con sus charlas.
- ¿No sabes entrar en ningún sitio sin llamar la
atención? -preguntó Ian con una sonrisa burlona.
- Muy gracioso.
El camarero se acercó a la mesa y Catherine pidió un
café con leche.
- Ya veo que sigues sin peinarte -se mofó Ian de su
aspecto.
Catherine hizo una mueca.
- Sabes que lo digo de broma, Cath -dijo apoyando
los codos en la mesa e inclinándose hacia ella, mirándola a los ojos.
Catherine le sostuvo la mirada. Los ojos de Ian eran
tan azules que parecía que hubiera un océano dentro de ellos. Reflejaban su
personalidad viva y fuerte, llena de emociones. Sabía que a él le gustaban sus
ojos, pero no tenían nada de particular comprados con los de él, ya que los
suyos eran castaños sin ningún matiz especial.
El camarero regresó con el café con leche que había
pedido y les sacó de sus pensamientos.
- Bueno, ¿y qué tal? -preguntó Ian-. ¿Estás nerviosa
por tu entrevista de trabajo?
- No mucho… es dentro de una hora. Espero que todo
vaya bien y no ponerme más nerviosa de lo que estoy.
Él la tomó la mano cariñosamente.
- Te cogerán. No hay nadie en toda la ciudad que
redacte mejor que tú.
- No lo sé, Ian. Estamos hablando de uno de los
periódicos más importantes de Londres.
- Te cogerán, ya lo verás.
Le miró a los ojos y supo que confiaba en ella.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro?
Él sonrió con picardía.
- Simplemente lo sé.
- Ojalá tengas razón -dijo. Y se acabó de un trago
lo que quedaba en el vaso.
Catherine se sentía afortunada de tener a alguien
tan bueno a su lado. Estaban muy unidos y no se imaginaba la vida sin él.
Por eso, cuando lo vio esa tarde llegar al
parquecito cerca del Támesis que tanto les gustaba, con el rostro sombrío y con
un aura diferente, no pudo evitar sentirse extraña. Algo había cambiado en él
y, por tanto, en ella.
- ¡Hola! -le saludó con naturalidad.
- Hola.
Ian se apoyó en la barandilla del parque y se quedó
mirando el reflejo del rojo atardecer en el río. Parecía distante, lo que preocupó
a Catherine.
- ¿Estás bien? Parece que te preocupa algo -le dijo
cariñosamente.
Tras una breve pausa, se giró y mirándola a los ojos
contestó:
- ¿Sabes lo que es un fénix?
A Catherine le sorprendió la pregunta. Ian no era
del tipo de chico a quien le interesaran las criaturas fantásticas.
- Bueno, no sé mucho del tema, pero creo que es un
ave mitológica parecida a un águila que se consume para luego resurgir de sus
cenizas.
Ian la observó con detenimiento. Tenía la mirada
perdida y la luz del atardecer le teñía el rostro de rojo anaranjado.
- Un ave que revive de sus cenizas -susurró.
Se estaba comportando de un modo extraño, no se
parecía al Ian que ella conocía y al que apreciaba tanto. De pronto, él esbozó
una sonrisa burlona y la alborotó el pelo con la mano.
- ¿Qué tal tu entrevista?
- Parece que les he gustado y me han pedido que
vuelva la semana que viene -contestó sonriente-. ¿Y qué tal te va a ti en el
taller?
Ian se frotó el cuello algo nervioso. No solía
hacerlo, pero las pocas veces que se veía en una situación difícil lo hacía. A
Catherine le encantaba.
- Lo he dejado…
- ¡¿Cómo?!
- Sé lo que me vas a decir, pero no se gana mucho
dinero, no da para comer. Además -añadió- he encontrado algo mejor donde puedo
ganar más.
- No lo entiendo. ¿Qué hay mejor que trabajar en lo
que te gusta?
- Déjalo, Cath. No quiero hablar de ello.
El tono de Ian fue suficiente para saber que no
estaba de humor, así que Catherine lo dejó pasar por esa vez, aunque eso no
significaba que no volviera a sacar el tema.
Se quedaron en silencio un rato. El sol ya se había
ocultado del todo y la ciudad se oscurecía rápidamente. Las luces de las
farolas proyectaban reflejos que bailaban al ritmo de las aguas del Támesis.
- Cath -susurró Ian.
- Dime.
- Eres lo más importante que hay en mi vida.
Sin saber cómo ni por qué, las mejillas de Catherine
se encendieron al escuchar el comentario de su amigo. Él solía hacer bromas
como esa, y después se reía y ella nunca le tomaba en serio, pero aquella vez
fue distinto. No hubo ninguna risa, ni siquiera una sonrisa burlona.
Catherine le miró. Tenía la mirada clavada en los
reflejos del agua y sus ojos desprendían hermosos destellos azulados. En ese momento
le pareció más guapo que nunca.
La noche estaba
oscura, con un cielo cubierto de nubes que no dejaban ver la luna. Las farolas
apenas alumbraban la calle y Catherine caminaba sola a paso ligero para volver
a su casa. Se había despedido de Ian no hace mucho, y su mente iba absorta en
sus pensamientos. Había sido un día duro y estaba cansada, por lo que tomó un
pequeño atajo para llegar mucho antes.
Estaba tan
distraída que no se dio cuenta de que alguien la seguía desde hace un rato.
Giró un cruce y notó
los pasos acelerados de alguien detrás de ella. Al principio no le dio
importancia, pero tras unas calles más las pisadas seguían sonando a su
espalda.
De repente un
hombre aviejado con el rostro cubierto se cruzó en su camino.
- Buenas noches,
señorita -dijo, con una voz no muy amable.
Ella pasó a su lado
sin detenerse, pero el hombre la agarró fuerte del brazo y la empujó contra un
muro.
Ella se incorporó
rápidamente. Tenía miedo y mantenía los ojos como platos. El hombre que la
seguía, algo más joven que el otro y también con el rostro cubierto, llegó a
donde ellos y se paró. Estaba claro que ambos estaban compinchados para
atraparla en aquella calle oscura.
- ¿Tiene algo para
nosotros, señorita?
Catherine tragó
saliva para aclararse la garganta. Quería parecer tranquila, pero las piernas
empezaban a temblarle.
- No llevo nada que
pueda interesarles.
- ¿De verdad? -dijo
el hombre aviejado.
El que la había
estado siguiendo se fijó en su mano izquierda, donde llevaba un anillo de oro que
le había regalado Ian hace tiempo, como regalo de cumpleaños.
- ¿Y qué tal ese
anillo? -dijo-. Es de oro, ¿verdad?
Ella metió la mano
en el bolsillo.
- ¿Qué anillo? -respondió
en el tono más desafiante que pudo.
Con un movimiento
ágil, el hombre sacó una navaja del bolsillo del pantalón y se la puso en el
cuello, amenazante.
- No nos tientes,
preciosa, o puedo cortarte la mano entera.
Catherine contuvo
la respiración. Sentía el peso de todo su cuerpo sobre los talones. Intentó
tragar saliva, pero su boca estaba seca.
Se quitó el anillo
y se lo dio al hombre, que cuando retiró la navaja de su cuello tiró
fuertemente de su bolso arrancándoselo del hombro. El tirón la hizo mucho daño
y se llevó la mano al hombro. Los hombres salieron corriendo y ella se quedó
sola, todavía asustada y con la piernas temblándole. Hasta que no pudo
mantenerse en pie y cayó al suelo.
Sentía unas ganas
terribles de llorar, por su debilidad y por no haber podido salvar el anillo,
pero no lo hizo. A lo lejos retumbó un trueno y el olor a tierra mojada la hizo
darse cuenta de que estaba a punto de ponerse a llover, pero no tenía fuerzas
para levantarse.
Rápidamente
empezaron a caer gotas y el suelo se fue llenando de pequeños charquitos. Alguien
se acercó salpicando en todos los charcos y corría hacia ella. Cuando aquella
persona estaba cerca, Catherine pudo comprobar que era Ian, que corría bajo la
lluvia sin que esta le importase.
Ian se tiró al
suelo y la abrazó fuertemente. En ese momento la angustia y el miedo la
hicieron estallar en lágrimas. La temblaban las manos e intentaba agarrarse a
la chaqueta de él, quien le acariciaba el pelo e intentaba calmarla.
- Lo siento, Cath.
Lo siento mucho. Lo siento -decía-. Siento no haberte acompañado a casa… estaba
pensando en mis cosas y no me acordé de lo lejos que vives.
- Ian… -dijo ella
entre sollozos.
- Llamé a la policía
mientras venía hacia aquí -añadió él-. No te preocupes por nada.
Sus brazos eran tan
cálidos y acogedores que calmaron sus nervios y su miedo. Cuando Catherine
repasó mentalmente lo que Ian había dicho, dejó de llorar y pensó en ello.
Se apartó de él y
le preguntó intrigada:
- ¿Cómo sabías que
me había pasado esto?
Ian puso los ojos
en blanco y luego la abrazó de nuevo.
- Lo presentí -dijo
despreocupado.
Sin embargo,
Catherine no dejó de darle vueltas durante el resto de la noche, en la que le
hicieron mil preguntas sobre sus atracadores en la comisaría.
Volvió a su casa
para dormir un poco y después salió para hacerle una visita.
Llamó a la puerta
de su apartamento y esperó hasta que él abrió la puerta.
Catherine no pudo
evitar fijarse en su aspecto. Tenía el pelo despeinado y aún llevaba la ropa de
dormir, que era solo un pantalón largo gris.
La invitó a entrar
y cerró la puerta. El apartamento de Ian era pequeño y estaba lleno de dibujos,
pintura y cuadros sin acabar. A ella le gustaba ir allí, era como un lugar
mágico donde su amigo hacía sus obras de arte.
- ¿Te acabas de
levantar? -preguntó extrañada.
Él asintió.
- Iba a comer algo.
¿Quieres una tostada o un café?
- No gracias, ya he
desayunado hace rato.
Se sentó en el sofá
y se puso a ver los dibujos que había esparcidos en la mesa. Algunos eran
auténticos garabatos y otros verdaderas obras de arte.
- ¿Por qué has
dejado el taller?
Ian se sentó a su
lado con una taza de café y la alborotó el pelo.
- Ya te lo dije, no
ganaba el dinero suficiente.
- Pero esa no es
una razón de peso para dejar de hacer lo que te gusta. Creí que teníamos
confianza, que lo sabíamos todo el uno del otro.
- Y la tenemos,
pero es mejor que no te enteres de algunas cosas.
Ella se cruzó de
brazos haciendo notar su disgusto.
Ian se levantó del
sofá y se apoyó en la cornisa de la ventana para mirar la calle, con la taza de
café en la mano. Le observó disimuladamente, y se fijó en lo mucho que había
cambiado. Ahora estaba más alto y, sin la camiseta, Catherine pudo comprobar
que también más musculoso que antes. Le había crecido el pelo y algunos
mechones oscuros le caían desordenados sobre la frente, aunque su pelo seguía
siendo rizado.
Él pareció percibir
que le estaba observando y la miró. Sus ojos se cruzaron y ninguno apartó la
mirada, hasta que algo hizo que Catherine se sintiera incómoda y se sonrojara.
Ian sacudió la cabeza, como eliminando un pensamiento.
- ¿Te apetece dar
una vuelta? -sugirió.
- Eso estaría bien.
- Entonces espera
aquí. Voy a vestirme.
Dejó la taza en la
cocina y subió al piso de arriba, donde estaba la habitación.
Catherine pensó en
qué la había hecho sonrojarse. ¿Acaso se sentía atraída por él? Nunca antes se
había fijado en Ian, porque era su mejor amigo. Sin embargo, no podía negar que
había algo distinto entre ellos. Estaba revolviendo los dibujos de la mesa
mientras pensaba, hasta que uno de ellos llamó su atención. Era un dibujo
rápido de un ave con las alas extendidas, de las que salía algo parecido a
llamas de fuego. “¿Un fénix?” pensó Catherine.
La música del
teléfono de Ian la sobresaltó y escondió el dibujo entre los demás.
- ¡Ian, tu
teléfono!
- ¡Contesta tú por
mí, ahora no puedo! -gritó él desde el piso de arriba.
Catherine lo cogió
y miró la pantalla. En ella no había ningún nombre, solo un número de móvil.
- ¿Diga?
-respondió.
- ¿Ian? ¿Eres tú?
-preguntó una voz de un hombre que parecía fatigado. Sonaba como si fuera
andando por la calle.
- Ahora mismo no
puede ponerse, pero si es muy importante puedes decírmelo a mí y yo se lo digo.
El hombre tardó
unos segundos en responder.
- Está bien. Dile
que le han pillado, lo saben todo. Es peligroso que vuelva a jugar, que se
olvide del fénix -hizo una pausa para respirar hondo-. Ahora no puedo hablar,
creo que me están siguiendo.
El hombre cortó la
llamada. Catherine no daba crédito a lo que había escuchado. ¿En qué lío se
había metido su amigo?
- ¿Quién era?
-preguntó Ian a su espalda.
Ella tardó en responder.
Se había quedado con la boca abierta.
- Era un hombre. Yo
le he dicho que no podías ponerte y me ha dicho que te diera un mensaje.
- Que extraño.
Déjame ver el número.
Le dio el teléfono
y su expresión cambió cuando vio quien había llamado. Frunció el ceño y la
preguntó:
- ¿Qué quería?
- ¿Quién era? ¿En
qué lío te has metido?
Con un movimiento
ágil la agarró de los hombros y la miró a los ojos.
- ¡Esto es muy importante,
dime qué te ha dicho!
- ¡Responde antes a
mi pregunta!
Respiró hondo y
dijo:
- Era Mike, un
compañero mío. Dime qué te ha dicho, es muy importante.
Ian parecía muy
preocupado, así que Catherine repitió las palabras de Mike.
- ¡Mierda! -dijo
Ian cuando ella acabó. Cogió el teléfono y marcó el número de Mike, pero este no
contestó. Lo intentó una segunda vez sin obtener nada.
- ¡Maldita sea!
Cath, quédate aquí. Voy a buscarle -dijo mientras corría hacia la puerta.
- ¡Espera, Ian!
¿Qué está pasando? ¿En qué lío te has metido?
Catherine le
alcanzó antes de que saliera y lo abrazó por detrás.
- Eres mi amigo y
me preocupa que pueda pasarte algo malo.
Él contuvo la
respiración y bajó la cabeza. Se dio la vuelta y la acarició la mejilla.
- No te preocupes
por mí. No va a pasarme nada, ¿de acuerdo? Debes tranquilizarte.
Ella le miró
fijamente y no dijo nada, pero en sus ojos se podía ver su preocupación. Ian
acercó su rostro al suyo muy despacio y la dio un beso en la mejilla, pero no
se apartó. Catherine sintió su cara al rojo vivo y el pulso se le aceleró.
Sentía la respiración de Ian tan fuerte como si estuviera respirando por los
dos. Él se acercó un poco más y susurró en su oído:
- Quédate aquí, por
favor.
Después se apartó
de ella y se fue. Catherine permaneció allí un instante, paralizada por lo que
había sentido al tenerle tan cerca. Luego pensó que no podía quedarse ahí
parada y corrió tras él.
Le siguió por las
calles a una distancia prudente, porque Ian era muy astuto y corría el riesgo
de que la descubriera. Llegaron a una zona industrial abandonada. Aquello
parecía un laberinto y por poco le pierde la pista entre tantas naves.
Entonces él se paró
y cerró los ojos. Era como si estuviera intentando recordar algo, hasta que de
súbito los abrió y echó a correr a gran velocidad en una dirección. Intentó
mantener su ritmo, pero Ian era muy rápido, más rápido de lo que ella pensaba.
Iba a girar en una esquina cuando vio que se había parado y se escondió. Sin
embargo había visto algo más y se asomó con cuidado.
Ian estaba agachado
mirando al suelo, donde había un hombre en medio de un charco de sangre, con la
garganta totalmente rajada.
La visión del
cadáver hizo que Catherine se apartara de la pared y retrocediera asustada. En
su cabeza se repetían las mismas imágenes del hombre tendido en el suelo, con
un teléfono móvil aún en la mano y los ojos abiertos y sin vida.
Corrió y corrió
intentando salir de aquel laberinto de naves industriales, pero solo consiguió
perderse. Cansada, se apoyó en una pared, cerró los ojos e intentó relajarse.
Cuando los abrió, observó al lugar a donde había llegado y un edificio llamó su
atención.
Se acercó un poco
para verlo mejor. Encima de la entrada había un pequeño rótulo con la palabra
PHOENIX y el dibujo de un fénix pintado en la puerta, con las alas extendidas,
igual que el boceto de Ian.
De repente sintió
un fuerte golpe en la cabeza y un dolor agudo en la sien. La vista se le nubló
y el edificio se volvió borroso. Se desplomó en el suelo y perdió el
conocimiento.
----
Cuando despertó
sentía un fuerte dolor en la cabeza. Apenas podía abrir los ojos y tampoco
escuchaba nada, solo un leve pitido en sus oídos. Se encontraba en una
habitación oscura, de paredes grises y una ventana sin cristalera. Parecía
abandonado.
Quiso tocarse la
cabeza, pero no pudo. Estaba atada de pies y manos a una silla en el centro de
la habitación. No se acordaba de nada y se asustó al verse en esa situación.
Una puerta se abrió
y aparecieron una mujer de cabello rojizo y un hombre corpulento con la cabeza
rapada.
- Mira quién se ha
despertado -dijo ella sonriendo-. Es hora de llamarle, ¿no crees?
Él soltó una sonora
carcajada y sacó un teléfono móvil de su bolsillo. Marcó un número y esperó.
- Hola, tramposo.
¿Has visto lo que le ha pasado a Mike? -dijo con voz burlona-. Tranquilízate o
tu amiga correrá la misma suerte.
El hombre puso el
auricular en la oreja de Catherine y ella pudo escuchar la voz de Ian.
- ¡¿Cath?!
- ¡Ian!
- ¡¿Estás bien?!
El hombre le quitó
el teléfono sin dejarla acabar y habló.
- Está bien. Y tú
más vale que vengas aquí en menos de media hora con el dinero que has robado o
tu amiga acabará igual que el bueno de Mike, ¿te ha quedado claro?
Cuando colgó hizo
un gesto a la chica y ambos salieron de la habitación, dejándola sola y
asustada. Todavía tenía la cabeza dolorida y le costaba respirar, pero el hecho
de no saber qué estaba pasando la preocupaba más aún.
Pasó un tiempo,
puede que unos minutos o incluso horas, pero para ella fue una eternidad. Cada
vez estaba más asustada porque no sabía cuánto tiempo llevaba allí. ¿Y si
habían pasado ya los treinta minutos? ¿Y si le quedaban pocos segundos de vida?
Escuchó unos
ligeros golpes en la zona de la ventana que llamaron su atención. Al cabo de un
rato, una cabeza asomó por ella. Y para sorpresa de Catherine, era Ian.
El chico entró en
la habitación y se agachó en frente de ella.
- ¿Estás bien? ¿Te
han hecho daño? -susurró.
- Me duele la
cabeza y el pecho, pero no te preocupes.
La dio un beso en
la frente y se puso a desatar las cuerdas que la amarraban. No pudo evitar
soltar un suspiro de alivio cuando quedó liberada.
- Ahora hay que
saltar por la ventana -dijo él en voz muy baja.
Ian se subió a la
cornisa y saltó al vacío. Después, la hizo gestos para que saltara y se dispuso
a hacer lo mismo, pero la distancia del suelo la hizo dudar.
- Vamos, yo te cojo
-dijo él desde abajo con los brazos extendidos.
Cerró
los ojos y saltó. Ian la agarró fuerte cuando llegó al suelo y la caída no fue
para tanto. La cogió de la mano y la obligó a correr un buen rato hasta llegar
a un lugar seguro.
Catherine
no pudo contenerse más y lo abrazó tan fuerte que casi perdió el equilibrio.
-
He pasado un miedo terrible.
Él
la acarició el pelo y apoyó su cabeza en la suya.
-
He avisado a la policía antes de ir a buscarte. No quería involucrarte en todo
esto, pero creo que deberías saberlo.
Se
apartaron y se sentaron en el suelo, él en frente de ella, y comenzó a hablar.
-
Hace unos meses, mientras tú no estabas, estuve pasando un mal momento. El
taller iba mal y no podía pagar ni el alquiler ni las facturas, no tenía nada.
Tuve que venderlo, pero el dinero que saqué no me dio para mucho.
>>
Un día quedé con Mike, un antiguo compañero del instituto, y le expliqué mis problemas.
Él me habló de un club en el que se organizaban partidas nocturnas de póker,
donde iba gente de mucho dinero que apostaba grandes cantidades e incluso
propiedades. Lo llamaban “el fénix” porque aunque la policía intentó acabar con
ello varias veces, el negocio volvía a resurgir de las cenizas. Me dijo que a
él se le daba bastante bien y quedamos una noche para probar.
>>
Mientras jugábamos me di cuenta de que, mirando a los demás jugadores a los
ojos, era capaz de predecir sus movimientos. Es algo muy difícil de entender,
ni yo mismo lo entiendo, pero veo lo que ocurre antes de que suceda, por eso
supe que te habían atracado y dónde estabas. Es como si me introdujera en la
mente de los demás.
Catherine le miraba
atentamente, sin perder detalle de nada.
- La primera noche
Mike me preguntó cómo sabía jugar tan bien, y se lo conté todo. Él se emocionó
y me hizo prometer que no se lo contaría a nadie más, que nos íbamos a hacer de
oro con mi rara habilidad. Empezamos a ganar dinero fácil y mis problemas se acabaron.
Sin embargo, lo que estábamos haciendo no estaba bien y propuse a Mike dejarlo,
pero no quiso -suspiró-. Y ahora está muerto y quieren matarme a mí también.
Catherine se aclaró
la garganta.
- Ian, ¿cómo has
podido meterte en problemas ilegales?
- Lo sé, Cath, pero
quiero acabar con todo. No sabes el miedo que he pasado.
- Debe ser horrible
saber que, cuando la policía los coja, te cogerán a ti también.
Él negó con la
cabeza. La miró a los ojos y la cogió de las manos.
- No, Cath. Tenía
miedo por ti -hizo una pausa y respiró hondo-. Temía perderte para siempre. No
bromeaba cuando te dije que eres lo más importante en mi vida. ¿Sabes por qué
digo que me gustan tus ojos? Porque aunque el día esté nublado siempre están
brillando, tienen luz propia. Tú eres mi luz, mi sol, mi inspiración. Muchos
dibujos los hago porque sé que te gusta verlos, y los hago por ti. Haría
cualquier cosa por ti, porque… estoy enamorado desde hace años.
Mientras iba
hablando, Catherine había contenido la respiración y le escuchaba atentamente,
con el corazón latiéndole a mil. Le temblaban las manos y se preguntó si él lo
notaba. Cogió una bocanada de aire y habló.
- Yo…
Un disparo la
interrumpió. El tiempo pareció detenerse y los segundos se hicieron eternos en apenas un instante.
Los sonidos se disiparon y en sus oídos solo escuchaba los latidos de su
corazón.
Todavía la estaba mirando cuando murió, y sus ojos
perdieron su brillo, esa vitalidad que a ella tanto la gustaba. El océano que
había dentro de ellos pareció secarse para siempre, dejando solo un azul vacío.
Detrás de él estaba la mujer de la habitación,
apuntando con una pistola.
- Nadie acaba con “el fénix” -dijo.
Unas sirenas sonaron cercanas y un coche llegó a
toda velocidad, se abrió una puerta y una voz procedente del interior gritó:
- ¡Déjala, no merece la pena! ¡Tenemos que salir de
aquí cuanto antes!
La mujer entró en el coche, que se alejó hasta
perderse en la distancia.
Catherine sostuvo el cuerpo sin vida de Ian entre
sus brazos. No intentó contener las lágrimas y lloró hasta que la policía los
encontró. Se llevaron su cuerpo envuelto en una manta y Catherine fue atendida
por una ambulancia y llevada al hospital por las heridas que tenía.
Los días pasaron de forma monótona, sin vida. Ella
intentaba distraerse, pero las imágenes la perseguían como si fueran una
pesadilla de la que no podía despertar.
----
Esa mañana se despertó son los rayos del sol
acariciando su rostro. Se levantó y se asomó a la ventana. Era una mañana
preciosa, sin una sola nube, solo un cielo azul que la saludaba desde las
alturas.
Catherine sonrió. Era el mismo color de los ojos de
Ian, que ella siempre había comparado con el océano. Pero el cielo era más
libre y vivo que el mar, se parecía más a él.
- Yo también te amo- dijo sin apartar la vista.
Y sus ojos se iluminaron de nuevo.
He llorado... joder... ¿¡POR QUÉ IAN!? IAN NO! IAN DEBERÍA HABER SOBREVIVIDO!!! TT^TT
ResponderEliminarPrecioso! Escribes genial! Estoy deseando leer más ;w;
T.T ¡¡¡eres crueeeeeeeel!!
ResponderEliminarNooooo!! pensé que ocurría algún milagro y reviviría xD jajaja pero noooo porqué murió?! :( no es justo. Sin embargo, el relato estuvo buenísimo!
ResponderEliminarBesos!
Es genial tu relato!
ResponderEliminarYa has entrado en mi blog? ;)
http://moshaool.blogspot.com.es/2012/09/ganadoras-del-concurso-comete-un-menu.html
@ Kat: Siiii ya entré!! estoy muy contenta!! pero no me deja comentar en la entrada así que no había dado señales de vida por eso. El relato lo subí el mismo día que te lo envié.
ResponderEliminarbuahahahaha soy muy mala por matar al bueno de Ian... a mí también me dio mucha pena, con lo que me gustaba... me lo comía con la mente. La sensación de Cath cuando él se declara es la que yo sentía cuando leí como quedó la confesión *.*