My little angel ~ Capítulo 3 "Matices"

'Cause I have been where you are before
And I have felt the pain of losing who you are
And I have died so many times
But I am still alive.

I believe that tomorrow is stronger than yesterday
And I believe that your head is the only thing in your way
I wish that you could see your scars turn into beauty
I believe that today it’s okay to be not okay

- I believe, Christina Perri.

La luz de la mañana se filtraba por la ventana de la habitación y arañaba el rostro de Christine, anormalmente pálido incluso para su claro tono de piel.
Se encontraba fatal.
Había pasado la noche entera dando vueltas en la cama intentando conciliar el sueño sin éxito. Para cuando faltaban minutos para el alba consiguió que sus ojos se cerraran y descansar, pero la alarma que allí servía de despertador sonó en todos los rincones del cuartel demasiado pronto.
Intentó arreglar su aspecto lavándose la cara para despejarse, pero no consiguió borrar sus ojeras. ¿Qué dirían todos cuando la vieran con ese aspecto de muerta?
No lo pensó dos veces. Se vistió y se dirigió al comedor para desayunar. Tomaría un buen café y conseguiría aguantar la jornada.
Era fuerte.

La primera en percatarse de su horrible aspecto fue Moka, que la miró de cerca con el ceño fruncido.
—¿Tú has dormido algo esta noche…?
—No —contestó la chica apoyando su cabeza en la mesa—, no he podido pegar ojo por culpa de un fuerte dolor de estómago… algo que comí en la cena me sentó mal, seguro.
—¿Estás segura…? —insistió su compañera mirándola inquisitivamente.
—Que si te digo… Deja de mirarme así, es molesto.
Se llevó el café a la boca y, nada más olerlo, una arcada acudió a su garganta, haciéndola apartar la taza rápidamente. Intentó probar algo más, pero no consiguió evitar las nauseas.
¿Qué la estaba pasando? ¿No sería por…?
—Christine, estás pálida… —comentó Moka mientras la observaba, esta vez con temor.
—Iré a ver a la enfermera…
La chica se levantó y salió del comedor sin darse cuenta de que estaba siendo observada por alguien más que su compañera.
Corrió hasta el baño más cercano sin poder contener las nauseas.
Se sentía cada vez más débil.
Más débil.
Débil.

Con dificultad se apoyó en el retrete y se levantó despacio. Se mareó un poco al incorporarse y se apoyó en la pared. ¿Cómo iba a cumplir con sus tareas en ese estado?
Cuando salió del baño se encontró con la única persona que no querría haber visto allí. El Capitán Levi la esperaba en la pared opuesta, con la espalda reclinada sobre la piedra, de brazos cruzados y con el semblante serio.
Ella se le quedó mirando algo desconcertada.
“¿Qué hace él aquí? ¿No le habrá dicho nada Moka?... No, ella no molestaría a un superior por una tontería así…” un pinchazo en la cabeza hizo que sus piernas flaquearan sin poder soportar el peso de su cuerpo por más tiempo, haciéndola caer.
De no ser por los rápidos reflejos de Levi, que la sostuvo sin esfuerzo y la ayudó a sentarse en el suelo, la chica se hubiera dado un buen golpe.
—¿Qué le ocurre? —preguntó el superior con un poco de preocupación en su voz. Sonaba algo cansado, como si no hubiera dormido bien esa noche.
Christine intentó responder, pero se sentía tan mal que no podía articular palabra.
—La llevaré a la enfermería —dijo. Y sin que ella pudiera hacer nada, la cogió en brazos.
Ella se agitó un poco, pero el agarre del capitán era fuerte y seguro, así que se dejó llevar.
Allí, una mujer no demasiado gorda, pero llenita, comía bollitos de crema detrás de la mesa. Cuando los vio entrar casi le dio un infarto a la pobre señora.
—¡Oh Dios mío, ¿qué ha pasado?! —dijo la mujer sin contener la agitación—. ¡Avisaré a la doctora!
Y diciendo esto se fue. Levi acostó a Christine en la camilla con una amabilidad que no se reflejaba en su mirada. Entonces la chica se dio cuenta de que la había tratado de usted, lo que no le gustó nada, después de la muestra de afecto que mostró unos días antes en su despacho. Pero él era el superior, lo que le permitía hacer lo que quisiera o considerara mejor.
¿Qué pensaría de ella después de haberle tuteado? ¿Debería tratarle con más respeto como hacía él ahora?
Una mujer muy alta y delgada, con el pelo rubio largo y lacio recogido en una coleta que no dejaba escapar ni un mechón, de ojos finos y azules, irrumpió en la habitación. Llevaba una bata blanca, así que sería la doctora.
La mujer se puso a examinarla de inmediato, quitándola la camisa con cuidado de no hacerla daño. Sin embargo, lo que a ella le preocupaba era que Levi no se fuera de allí mientras la doctora la dejaba en sujetador. Se había quedado allí, mirando un poco apartado, manteniendo la misma seriedad y la misma indiferencia.
—Se ha empezado a encontrar mal en el comedor y ha vomitado. Al salir del baño se ha mareado —informó.
La doctora asintió a todo lo que el capitán comentaba sobre la situación de la chica.
Christine se sentía incómoda y un rubor tiñó sus mejillas y sus orejas, haciendo más notable aún que la situación de estar medio desnuda delante del Capitán Levi no le hacía demasiada gracia.
Por un momento, le pareció ver en las mejillas de él una tonalidad rosada, que se confundía con el color de su piel… ¿estaba ruborizado también? ¿Acaso se sentiría incómodo al verla en sujetador?
Cuando hubo informado de todo lo necesario a la doctora se fue, argumentando que tenía otros asuntos importantes que atender.
Christine, por su parte, se sintió aliviada con su marcha, pero percibió algo en la mirada de la doctora que no le gustó nada.
Después de que la mujer la examinara y tener una charla con ella sobre el estado de salud de la chica, Christine se tomó las pastillas que esta le recetó y esperó en la enfermería hasta que se sintió mejor.
“Guarda reposo y realiza actividades que requieran poca actividad física hasta que estés recuperada por completo”, le había dicho la doctora.
Cuando salió de la enfermería consideró que lo mejor sería avisar al capitán e informarle de la decisión de la mujer. Además, quería darle las gracias por haberla ayudado.
Sin él estaría tirada en el suelo, posiblemente inconsciente.

Aguardó frente a la puerta del despacho y llamó suavemente con los nudillos. La respuesta no tardó en llegar.
La chica entró en la habitación dubitativa, mucho más que el día anterior, ya que esta vez no tenía más motivo que informarle a él sobre su situación, algo que seguramente no le interesaba. Se arrepintió de haber entrado.
El Capitán Levi estaba de pie, con los brazos cruzados, mirando por la ventana sin apartar las cortinas. Al sentir la presencia de alguien y no escuchar nada, se incomodó y se dio la vuelta, molesto.
Cuando la vio allí, con la cabeza agachada mirando al suelo y abrazando sus codos con las manos, su corazón dio un traspié, y empezó a latir descompasadamente.
Al ver que la chica no decía nada, habló él:
—¿Y bien? ¿Qué ha dicho la doctora de tu estado?
Las mejillas de Christine enrojecieron. No solo por la muestra de interés por ella, sino porque otra vez la había tuteado. No se lo podía creer.
“¿Por qué ahora sí y antes no?”, quiso preguntar.
—E-esto… la doctora ha dicho que… guarde reposo y… que no haga actividades con demasiada intensidad física…
Levi dejó escapar un suspiro mientras se giraba hacia la ventana otra vez.
—De acuerdo, no entrenes con los demás hasta que te recuperes por completo —decidió. Pero Christine sabía que no había acabado de hablar—. Continuarás limpiando mi despacho.
Esta vez no supo cómo debía interpretarlo, si como una orden o como una petición. De todas formas, se sentía con fuerzas para limpiar el polvo, así que lo haría de buena gana, pero ¿qué quería que limpiara?
—Con el debido respeto… —empezó a hablar, captando la atención del capitán, que se volvió hacia ella— ¿qué tengo que limpiar exactamente, Capitán? Hace solo dos días dejé la habitación impecable.
Levi la miró un minuto con interés. Después, sin apartar la mirada de ella, le explicó:
—Eso no quiere decir que no se haya ensuciado. Aunque no me refería a eso —se giró hacia la ventana con un suspiro y, posteriormente, volvió a fijarse en ella—; la ventana y las cortinas no las tocaste. Además del escritorio que, por supuesto, no pudiste porque estaba ocupado… pero ahora está despejado —añadió señalando la mesa.
Tenía razón. No había limpiado la ventana ni había lavado las cortinas. Se había dado cuenta ese día, pero no se acercó porque era donde estaba él.
Al fin y al cabo, aún le daba demasiada vergüenza y terror acercarse a él. Tenía que reconocerlo: sentirle cerca la ponía muy nerviosa.
Sin darle más vueltas, se acercó a la ventana. Levi se apartó un poco para dejarla coger una silla y subirse para poder descolgar las cortinas. Ella no le dirigió la mirada aunque sentía sus ojos verde oliva clavados en ella todo el tiempo. Parecía que la estuviera poniendo a prueba.
De repente, una punzada de dolor cruzó su cuerpo e hizo que las piernas volvieran a flaquearla, lo que precipitó su cuerpo hacia el suelo desde aquella altura con un gemido de dolor.
Por suerte, se encontraba en la misma habitación que el “mejor soldado de la humanidad”, Levi Ackerman. Este, con un movimiento ágil, la cogió mucho antes de que tocara el suelo.
La sujetó con fuerza y la observó… en sus ojos se podía apreciar la preocupación aunque su gesto siguiera tan infranqueable como siempre.
—¿Te has hecho daño? ¿Estás bien? —preguntó suavemente, algo inquieto.
Christine no podía abrir los ojos a causa de la luz, que incrementaba el dolor de cabeza, pero sintió sus fuertes brazos rodeándola. Eran cálidos y finos, y la apretaban contra su pecho, donde pudo notar los latidos de Levi, que parecían ser saltos del corazón intentando salirse de su cuerpo.
Entonces se dio cuenta de que había dejado de lado los formalismos, y pensó que a él no le importaría que ella hiciera lo mismo.
Necesitaba hacerlo. Quería…
—L-Levi…
El capitán se quedó muy quieto al oír su nombre salir de los labios de ella. Y sin darse cuenta un ligero rubor se formó en sus mejillas, indicando que se había sentido cohibido.
Pero Christine no pudo notarlo.
—Levi… en realidad había venido aquí para dar… darte las gracias.
Él iba a decir algo, pero ella le detuvo y añadió:
—¿Por qué a veces me tuteas y otras no? ¿Por qué me miras como si fuera especial? ¿Por qué…? —un gemido de dolor salió de sus labios en vez de una tercera pregunta.
Levi la cogió en brazos igual que había hecho esa misma mañana y la volvió a llevar a la enfermería. Esta vez no se quedó, sino que salió fuera y esperó apoyado en la pared opuesta a la puerta.
Estaba demasiado confundido. Él nunca estaba confundido.
Siempre se había mantenido frío ante cualquier situación, pero esta vez se dejó llevar y la dijo que lavara las cortinas, sabiendo que iba a tener que subirse a la silla y que, en su estado, se caería. No lo pensó lo suficiente… o sí.
La posibilidad de que hubiera hecho eso solo para que ella se cayera era una estupidez, ¿por qué iba a querer hacer eso? ¿Qué conseguiría?
La respuesta apareció sola. Cuando Christine cayó, la había cogido en un movimiento ágil y la había estrechado contra su cuerpo largo rato, hasta sentir su respiración agitada por el esfuerzo y el dolor a través de su camisa, sobre su pecho.
Se había ruborizado cuando ella pronunció su nombre. Era solo su nombre, ¿por qué reaccionó así?
“¿Qué es lo que siento?” pensó Levi.
A pesar de la lucha interna que intentaba vencer contra sí mismo, su semblante no cambiaba.
Seguía mostrándose tan frío y calculador como siempre, pero con nuevos sentimientos que poco a poco le harían cambiar.
Habían llevado a Christine a su habitación a media tarde, quedando bajo el cuidado de la enfermera rellenita que en ese momento mordisqueaba unos buñuelos de carne.
Después de que los dolores cesaran, la chica cayó en un sueño profundo y la enfermera salió de la habitación.
Fuera, apoyado en la pared y con aspecto cansado, aguardaba Levi.
—Capitán, no se preocupe más, estará bien. Acaba de dormirse y parece que con la ayuda de los medicamentos podrá descansar esta noche. Quién sabe, a lo mejor mañana amanece mucho mejor.
Levi asintió y se fue a su habitación, donde se cambió de ropa y se dio una ducha caliente. El contacto del agua con su cuerpo le relajó bastante, aunque en su mente había demasiadas dudas aún. 
No podía dejar de pensar en Christine.

Esa noche fue peor que la anterior.
Había conseguido dormir pero, de repente, unos dolores punzantes como cuchillas comenzaron a clavarse en su vientre.
Christine se asustó tanto que intentó correr para pedir ayuda, pero al intentar levantarse de la cama cayó al suelo. No tenía fuerza en las piernas.
Los dolores se hacían cada vez más insoportables.
Jadeando, consiguió arrastrarse hasta la puerta y salir al pasillo.
En un momento en que el dolor pareció calmarse, pudo ponerse de pie apoyándose en la pared.
Tenía que llegar hasta la enfermería.
—Ayuda… —intentó gritar. Pero apenas fue un susurro que se perdió en el silencio.
El dolor punzante regresó.
Volvió a caer al suelo, y allí se quedó, jadeando y gimiendo de dolor.

La noche era tranquila y el cielo estaba despejado, dejando visible la luna llena en todo su esplendor.
Levi no podía dormir, y esta vez no se trataba del trabajo, sino de la chica que había conseguido colorear su rostro.
Estaba demasiado preocupado por su estado. Y más cuando se sentía tan culpable.
Debía disculparse con ella y comprobar que dormía bien.
Se levantó de la cama y, con sigilo, recorrió los pasillos del cuartel.

La encontró jadeando en el suelo, rodeada de un charco de sangre que manaba de su interior.


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