Aunque pertenece a una generación histórica posterior a los poetas del 27, Miguel Hernández (Orihuela 1910-Alicante 1942) se incluye a menudo en este grupo por su afinidad estética y personal que tuvo con ellos y por la fecha en las que publicaron sus obras. La influencia de Góngora, característica del 27, se percibe en su primera obra, Perito en lunas (1933). Más tarde publica El rayo que no cesa (1936), donde emplea estructuras métricas clásicas, como el soneto o los tercetos encadenados, base métrica de su famosa Elegía a Ramón Sijé. En esta obra se aprecia el proceso de rehumanización de la poesía del 27: el amor y la utilización de elementos simbólicos de origen natural.
La Guerra Civil, donde lucha como soldado, trae el compromiso a su producción en Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939), que avanza hacia una mayor amargura. Su último libro, Cancionero y romancero de ausencias (1938-1940), incluye muchas composiciones escritas por Miguel Hernández en prisión, lugar donde muere.
Elegía a Ramón Sijé
(En Orihuela, su pueblo, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las ladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Nanas de la cebolla
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en lunas
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos...
Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos…
No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando nardos y agostando hinojos.
No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.
Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mí termina.
_____________________________________
Más poemas de Miguel Hernández:
-De "Imagen de tu huella" 1934:
Astros momificados y bravíos...
Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos...
Ya se desembaraza y se desmembra...
Pirotécnicos pórticos de azahares...
-De "El rayo que no cesa" 1935 1936:
Como el toro he nacido para el luto...
Elegía a Ramón Sijé
Fuera menos penado, si no fuera...
Me tiraste un limón y tan amargo...
Mi corazón no puede con la carga...
Por tu pie, la blancura más bailable...
¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria...
Silencio de metal triste y sonoro...
Te me mueres de casta y de sencilla...
Tengo estos huesos hechos a las penas...
Tu corazón una naranja helada...
Umbrío por la pena, casi bruno...
Una querencia tengo por tu acento...
-De "Poemas últimos" 1939 1941
Desde que el alba quiso ser alba...
Muerte nupcial
Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío...
-De "Cancionero y romancero de ausencias" 1941 1942:
Antes del odio
Ascensión de la escoba
Besarse, mujer...
El amor ascendía entre nosotros...
En el fondo del hombre...
Hijo de la luz y de la sombra...
La boca
Llegó tan hondo el beso...
Menos tu vientre todo es confuso...
Nanas de la cebolla
Orillas de tu vientre...
Ropas con su olor...
Tristes guerras
Tus ojos se me van...
-Otros poemas:
Canción del esposo soldado
Canción última
Casida del sediento
Cerca del agua te quiero llevar...
Dime desde allá abajo...
El tren de los heridos
Me llamo barro aunque Miguel me llame...
Me sobra el corazón
Pena bienhallada
Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo...
Tus cartas son un vino
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