And I miss you
And now I wonder
If I could fall into the sky
Do you think time would pass me by?
Oh, ‘cause you know I'd walk a thousand miles
If I could just see you tonight
- A Thousand
Miles, Vanessa Carlton.
El sol brillaba con fuerza, desafiante desde lo alto del
cielo aquella tarde de comienzos de primavera. Una tarde tranquila para los
habitantes de Trost, la ciudad que hace apenas un año había sido invadida por
los titanes y que, posteriormente, había sido recuperada gracias a la
intervención de un cadete que podía convertirse en titán. La noticia se
extendió como la onda expansiva de una bomba, llegando a todos los pueblos, a
todos los rincones. No había nadie dentro de los muros que no supiera nada acerca
de la historia.
Aquella tarde era especial para algunos soldados, ya que era
el día de reclutamiento para los que querían ser admitidos en la Legión de
Reconocimiento. Muchos pensaban que unirse a ellos era un suicidio, pues se
enfrentaban a los titanes constantemente y, la mayoría de las veces regresaban
con la mitad de hombres que con los que partieron. Sin embargo, muchos
albergaban esperanzas de que si se podía hacer algo en contra de los titanes,
serían ellos los que lo llevaran a cabo.
Entre tantos soldados de anchas espaldas y desarrollados
músculos, era apenas perceptible la presencia de una muchacha de unos 20 años,
esbelta aunque no delgada, de caderas anchas y extremidades fuertes. Su piel
era clara y blanca como la leche, cubierta por un uniforme militar muy cuidado.
Su cabello de color castaño claro tendiendo a cobrizo lo llevaba recogido en
una coleta alta, que dejaba caer su melena hasta por debajo de los hombros.
Varios mechones caían desordenados sobre sus ojos y alrededor de su rostro,
formando ondulaciones traviesas que tapaban sus orejas.
A pesar del frágil y delicado aspecto, en sus ojos avellana
se podía leer una determinación que carecían la mayoría de los soldados allí
presentes.
La razón que la había empujado a unirse a la Legión de Reconocimiento
se remontaba 15 años atrás, cuando ocurrió uno de los mayores desastres
recordados por la humanidad.
Ese día había amanecido como uno cualquiera. La gente se
levantó y llenaron las calles con su ajetreo normal, sin saber que sus vidas
cambiarían por completo en cuestión de horas.
Christine era una niña de 5 años a la que no le gustaba
demasiado la escuela, por lo que se pasaba las clases mirando por la ventana
como los pájaros volaban libres por el cielo. A ella siempre le había encantado
observar a los pájaros. Aquellos animales no sabían la suerte que tenían al
poder volar y salir de los muros sin miedo a ser comidos por los titanes. No
sabían lo que ella les envidiaba por tener esas alas. A menudo soñaba despierta
con que, un día, de su espalda crecerían dos alas blancas con las que podría
llegar a cualquier parte del mundo, siendo la primera niña voladora.
Así estaba, con su cara rosada y llena de pequeñas pecas,
soñando con salir de allí volando, cuando la gente de las calles empezó a
gritar. Un estruendo sonó en toda la ciudad, seguido de un silencioso estupor
inquietante. ¿Qué había sido eso?
Todos los niños y la profesora, corrieron hacia las ventanas
del aula para asomarse a ver qué pasaba. Sus rostros mostraron de inmediato el
terror que sintieron al ver la cabeza de un enorme titán que superaba la altura
de los muros.
Entonces ocurrió algo que desencadenó el pánico entre la
población. El titán rompió el muro con una potente patada, abriendo un hueco
libre que unía la ciudad, durante tantos siglos protegida de los titanes, con
el exterior, donde aquellos seres vivían intentando encontrar la forma de
entrar.
Ahora no había muro.
Los titanes tendrían paso libre para acceder a la ciudad y
devorar a todo humano que se encontraran.
Tras un momento de silencio, la profesora gritó a sus
alumnos que se apartaran de la ventana y que la siguieran hasta fuera del
edificio. Pero Christine se quedó paralizada mirando como dos titanes de unos 7
metros de alto, de cuerpos flácidos y que desprendían humo, entraban por el
enorme agujero abierto en el muro.
La profesora la chilló algo que Christine no logró entender.
Su mente se encontraba en un extraño shock y su cuerpo no reaccionaba. Al ver
que la niña no se movía del sitio, la mujer la abandonó allí mismo a su suerte,
movida por el pánico a ser devorada por un monstruo.
Los titanes se acercaron y sorprendieron a profesores y
alumnos intentando huir.
Christine observó por la ventana como asesinaban a sus
amigos y compañeros de escuela.
Escuchó sus gritos.
Vio su sangre resbalar por las mandíbulas de aquellos
monstruos.
Y mientras tanto, más titanes semejantes entraban, sembrando
el caos con cada paso.
Uno de los titanes se fijó en ella y se acercó lentamente a
la ventana, dispuesto a tragársela viva como habían hecho con los demás niños.
La niña tenía los ojos abiertos como platos. Quería llorar,
correr, escapar de todo. Pero se sentía como si su cuerpo no fuera suyo…
De improviso sintió como unos brazos fuertes la agarraban
por detrás y la levantaban del suelo, llevándose su cuerpo de ese horrible
lugar y apartándola de las macabras visiones.
Christine no podía ver nada más que la espalda de su
rescatador, pues la cargaba al hombro como si fuera un saco de patatas.
Cuando llegaron a un callejón, éste la dejó en el suelo y la
niña se quedó callada mirando al chiquillo que la había salvado la vida.
Era un chico de baja estatura, piel pálida y cabello negro, que
lucía corto y desordenado. Su ropa parecía bastante limpia, a pesar de la
pobreza que demostraba lo desgastada que estaba. Incluso tenían algún agujero
en los pantalones, justo en las rodillas. Su rostro mostraba una expresión
seria, y algunas manchas cubrían su frente por el sudor de la carrera a cuestas
con la pequeña. Sus ojos eran finos y de color verde oliva, con ligeras
tonalidades grises.
—¿Estás bien? —la preguntó. Su voz sonaba grave y
preocupada, aunque serena.
Christine recordó de pronto las imágenes de los titanes y
los gritos de la gente… en ese lugar no se oía nada, por lo que estarían
bastante lejos de la entrada de la ciudad. ¿Cuánto había corrido aquel chico?
No parecía tener más de los 12…
Sin poder evitarlo las lágrimas inundaron sus ojos. Estaba
demasiado asustada como para pensar.
El chico se acercó a ella y la abrazó amablemente,
haciéndola ver que él la protegería, que se tranquilizara. La acarició la
cabeza con suavidad y poco a poco la niña se calmó.
—¿Estás mejor? —la preguntó esta vez. A lo que ella
asintió tímidamente.
—Bien, eso está bien —se alegró y en sus labios apareció una
mueca que parecía ser de alivio—. Tenemos que salir de aquí,
¿comprendes?
Ella volvió a asentir, esta vez de forma más enérgica.
—Comprendo que te hayas asustado, pero no debes dejar que el
miedo te paralice, ¿entiendes? Si te quedas quieta tus enemigos lo tendrán muy
fácil para acabar contigo. Lo que has visto es duro, pero debes tener fuerza y luchar
por tu vida. De lo contrario perderás.
La niña se le quedó mirando pensativa.
—¿Serás capaz de correr sin pararte hasta que lleguemos al otro
extremo de la ciudad para que puedas ser evacuada?
—S-sí.
El chico asintió y sin más meditación la agarró de la mano.
Corrieron sin mirar atrás, intentando no prestar atención a los gritos de la
gente y a los estruendos que ocasionaban los titanes con sus pisadas.
Corrieron cuanto pudieron y, durante ese tiempo, Christine
pensó en las palabras que ese chico le había dicho tan fríamente.
“Si te quedas quieta
tus enemigos lo tendrán muy fácil para acabar contigo. Lo que has visto es
duro, pero debes tener fuerza y luchar por tu vida. De lo contrario perderás”.
Comprendió que a pesar de todo, debía luchar por mantenerse
con vida. Porque el mundo era un lugar cruel, donde la muerte era algo que
ocurría constantemente, llevándose la vida de las personas y de los demás seres
en un suspiro.
Él la condujo a un callejón cuando se acercaron a la salida
de la ciudad, donde la gente estaba siendo evacuada.
—Yo no puedo ir contigo, pero puedes ir con esa gente al otro
lado del muro. Allí estarás a salvo y te llevaran a un lugar seguro —dijo.
Y la cogió de las mejillas con cariño—. Recuerda lo que te he dicho, no debes
dejar de luchar. Sé fuerte.
Los ojos de la niña se iluminaron y empezaron a llenarse de
lágrimas.
—Lo sé —dijo.
El chico la acarició la cabeza para que se calmara.
—¿Por qué no puedes venir conmigo? —preguntó después.
Los ojos del chico se ensombrecieron.
—Si me acerco a esos hombres me reconocerían y sería llevado
ante la justicia. Soy un delincuente…
Christine sacudió la cabeza.
—¡No! ¡Tú eres bueno! —afirmó con energía. Y sin poder evitarlo
se ruborizó—. E-esto… qui-quiero decir que… me has salvado la vida y… me
has traído hasta aquí…
El chico se rio, sorprendiendo a la pequeña, que se ruborizó
aún más cuando vio lo guapo que era con el rostro relajado.
—Que sea bueno para ti no quiere decir que lo sea para ellos.
Después de eso la miró a los ojos.
—Gracias por decirme que soy una buena persona… —añadió,
con un poco de amargura en su voz.
Christine se sonrojó otra vez y, percibiendo su deje de
amargura, acercó el rostro del chico y le dio un dulce beso en la mejilla.
—Gracias a ti por salvarme la vida.
Un color rosado tiñó la cara del chico durante un segundo.
Pero esa tranquilidad no duró mucho, porque los pasos de los titanes y los
chillidos de la gente se empezaron a escuchar más cerca. Debían darse prisa.
—Ahora corre hacía donde está toda esa gente y recuerda, lucha
con todas tus fuerzas.
La niña sonrió y echó a correr los pocos metros que los
separaban, alejándose de aquel chico que ella consideraba una buena persona.
Cuando ya estaba a unos pocos pasos se paró y se giró un momento.
Él la estaba vigilando desde la esquina del callejón. Al
sentir que la chiquilla se giraba, le dedicó una sonrisa. A ella le pareció la
sonrisa más encantadora que había visto nunca, y supo que estaría bien.
Entonces pensó que el mundo era un lugar hermoso si podía
albergar una sonrisa tan cálida, tan tierna, tan sincera… y si la persona dueña
de esa sonrisa continuaba siendo una buena persona. Aquella sonrisa le hizo
comprender que a pesar de la crueldad y el miedo, el mundo estaba repleto de
maravillas.
Y que tendría que vivir para poder conocerlas.
Ahora estaba en una explanada, frente al comandante Irvin
Smith, cuyo nombre había sido nombrado incontables veces por la valiente y desafiante
estrategia en el interior de los muros para capturar a una humana capaz de
transformarse en titán, al igual que Eren Jaeger, el chico protagonista de la
noticia que recorrió los pueblos, originando opiniones muy dispares entre los
ciudadanos. Su capacidad de hacer aparecer y utilizar un cuerpo de titán para
ayudar a las fuerzas militares le permitió unirse a la Legión de Reconocimiento
y ayudarles a llevar a cabo dicho plan mediante el que pudieron capturar a la
mujer. Sin embargo, se había corrido la voz de que no se pudo extraer
información de ella debido a que se encerró a sí misma dentro de un rígido
escudo protector.
Aún así, el comandante seguía siendo una figura respetable y
reconocida por todos.
Honestamente les explicó lo que es estar en esa fuerza
militar, diciendo que durante las primeras misiones moría un gran número de
novatos, pero que los que sobrevivían ganaban experiencia y obtenían grandes
posibilidades de supervivencia. Además, les explicó el plan en que seguían
trabajando para acceder al sótano de la casa donde vivió Eren de pequeño, donde
probablemente se encontraba la valiosa información sobre los humanos que se
transformaban en titanes.
Christine, tras los años de entrenamiento y un tiempo de servicio como cadete, decidió que quería entrar en la Legión de Reconocimiento, aunque ya conocía las consecuencias de esa decisión.
Quería vivir y realizar su sueño de cuando era pequeña:
viajar y ver lugares más allá de los muros, al igual que podían hacerlo los
pájaros volando por encima de las murallas.
Sin embargo, había otras razones ocultas que la empujaron
hasta esa situación.
Después de 15 años, aún recordaba el rostro de aquel chico
cuyo nombre no llegó a saber nunca, que le devolvió la confianza en el mundo
con su radiante sonrisa; pero aún con ese recuerdo, la vida le había golpeado
numerosas veces, empezando por el momento en que se encontró a salvo pero
inevitablemente sola. Sus padres habían muerto.
Por suerte logró reencontrarse con su hermano pequeño, y
cuidó de él más que de ella misma. Aún lo hacía.
Sus fuerzas, las que le habían llegado con las palabras y el
constante recuerdo de aquel chico de la calle que la rescató, empezaban a
agotarse.
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